Tras nuestro paso por Gran Canaria llegaba el turno de Fuerteventura. Como teníamos pensado, cogimos un taxi en la puerta del Hotel Pujol para que nos acercara al Puerto de las Palmas de Gran Canaria, también conocido como Puerto de la Luz, donde tomaríamos el ferry de las 9 de la mañana con Fred Olsen hacia el Puerto de Morro Jable en Fuerteventura. Nada más subir al ferry descubrimos un pequeño parque infantil que vimos como nuestra salvación, pues el viaje se iba a hacer pesado para nuestra hija, que ya no llevaba sueño. Sin embargo no resultó ser un éxito, sino un error: el movimiento del ferry y el suyo propio jugando le provocó mareos y finalmente... En fin, cosas que pasan.

Por fin llegamos a la isla, con ansias por bajar del ferry, coger nuestro coche previamente reservado en Cicar y dirigirnos a la playa de Morro Jable. Nada más bajar del ferry nos encontramos con la oficina donde nos entregaron nuestro Fiat Punto y, tras tomar algo rapidito en el puerto, nos dirigimos hacia el faro en busca de playa y ardillas. Habíamos leído en algún blog de viajes que en torno al faro de Morro Jable hay ardillas que se acercan a la gente en busca de comida, si bien no vimos ni una. Decepción total en el tema ardilla, pero entorno exquisito.
Pronto llegó el hambre. ¿Dónde comer en esa zona, donde tan solo habíamos visto un restaurante y totalmente orientado al turismo? Había que buscar algo ya. Además, pretendíamos ir a la playa de Cofete a pasar la tarde y, para ello, necesitábamos tiempo. Así pues, nos subimos al bólido rojo y nos dirigimos desesperados de nuevo al puerto, a ver si veíamos algo interesante. Nos preguntamos dónde comerían los oriundos de Morro Jable... ¡Bingo! ¡El restaurante de la Cofradía de Pescadores! Ambiente marinero y pescado fresco. Acierto total.
Con los estómagos llenos de exquisito pescado del lugar nos dirigimos a Cofete. Habíamos leído que el camino era complicado, pero que merecía la pena. Efectivamente, fue complicado, y no solo porque nos perdimos y tuvimos que retroceder hasta dar con el pequeño cartel que indica la dirección a Cofete, sino porque además el camino bordea el macizo montañoso de Jandía, donde se encuentran las montañas más elevadas de la isla.
Para llegar (sin perderse) hay que tomar la carretera que sale de Morro Jable (junto al puerto) en dirección al oeste, hacia Punta de Jandía. Hay que tener en cuenta que los rent a car no cubren daños en caminos de tierra, así que ¡ojo!.
Antes de bajar la cuesta que hay hacia el poblado y la playa nos detuvimos para observar el paisaje en el Mirador Degollada Agua Oveja. ¡Qué vistas! Alucinante. Bien podía ser el paisaje de playa más bonito que habíamos visto en nuestra vida, y eso que conocemos unas cuantas...
Como anécdota curiosa tenemos que contar que unas semanas más tarde, ya en casa, vimos la peli "Exodus: gods and kings" y nos llevamos una sorpresa. Resulta que el Mar Rojo de la peli es la playa de Cofete. No fue muy complicado averiguarlo al ver aquella peculiar montaña piramidal. Nos llamó la atención un detalle: Ridley Scott, quizá para economizar entornos, utilizó esta playa como escenario para ambas orillas del Mar Rojo. Así, los hebreos huyen de Cofete mientras se acercan las tropas de Ramsés por el tortuoso camino que discurre por el acantilado, atraviesan el mar sin agua y llegan... ¡otra vez a Cofete!
Cuando el sol comenzaba a ocultarse tras la mencionada y curiosa montaña con forma de pirámide decidimos que era el momento de irse, pues teníamos que llegar a Morro Jable y quedaba un largo y tortuoso camino hasta allí. Eso no era todo. Nuestro apartamento se encontraba en Caleta de Fuste, así que nos quedaban unas horas para hacer el check-in.
Antes de abandonar la paradisíaca playa nos acercamos al singular cementerio que hay en la misma playa. Este solía acoger a las personas que fallecían en el poblado de Cofete porque resultaba complicado recorrer unos 40-50 km. hasta Pájara para darles sepultura allí. Al parecer el último enterramiento se realizó en la década de los años 50.
Casi 100 km. nos separaban de la casita, según Google maps. El viaje se hizo eterno. La peque no dejaba de preguntar si faltaba mucho... En dos ocasiones hablamos por teléfono con nuestra anfitriona francesa para decirle que llegábamos más tarde de lo previsto. Además y para colmo, la niña volvió a marearse y la lió en el coche... A papá le tocó aparcar donde pudo e ir a comprar toallitas y pañuelos para dejar limpio el coche. ¡Qué desastre de remedio anti-mareo! Nuestro Cinfamar con sabor fresa nunca falla... Nunca más lo dejaré olvidado en casa.
¡Qué alegría cuando vimos la fachada de la casita! Estábamos en "Bouganvilles Golf" y parecía mentira. Buen sitio por unos 140 pavos (¡4 noches!). Hicimos check-in, entramos... y tras una buena ducha salimos a dar un paseo por Caleta de Fuste. El centro estaba repleto de sitios donde comer y la gente, mayormente extranjera, pululaba de aquí para allá. Nos decantamos por el restaurante "Taj Tandoori", pues la cocina india es una de nuestras favoritas.
Habíamos organizado los tres días que quedaban de estancia en la isla en tres bloques: norte, sur y centro. El día anterior conocimos el sur. Aunque teníamos pensado regresar para disfrutar de playas alucinantes en la zona de Jandía y Costa Calma, como Sotavento, recordamos los "infinitos" kilómetros que nos separaban de allí y los mareos de la niña. Por ello descartamos volver al sur. Así, quedaban dos opciones y tres largos días.
Al levantarnos tras un sueño reconfortante, profundo y largo, hicimos unas compras, desayunamos en casa y a media mañana, guía de viajes casera en ristre, nos dirigimos hacia el interior. La ruta propuesta era: Antigua- Mirador de Morro Velosa - Betancuria - Pájara - Ajuy.

Antigua era una de las zonas más pobladas de la isla antes de la conquista y tras la llegada de los castellanos pasó a ser un importante caserío y sede del partido Judicial (1834). Nos encantó la Iglesia de Nuestra Señora. Menos mal que existe la invulnerabilidad de las iglesias para que degustemos pretéritos sabores de lugares como éste.
Más nos gustó el Mirador, con unas vistas panorámicas increíbles. Allí pasamos un buen rato, sin prisas, respirando aire puro y contemplando el paisaje: 360 grados de belleza.
Betancuria es una belleza. Esta antigua capital de la isla ha sido restaurada con gusto y cuenta con rincones exquisitos, como la Iglesia de Santa María. Nos encantó pasear por las calles de esta pequeña población que se recorre en poco tiempo incluso explorando perdidos rincones.
Tras recorrer sus calles nos detuvimos en un bar con buena pinta, el Bodegón Don Carmelo, para tomar cerveza y zumo, pero no nos convencieron las tapas. La peque disfrutó durante un rato en un parque y, cuando el estómago comenzaba a protestar, nos marchamos a Pájara. Breve paseíto y bar detectado: restaurante "La Fonda", junto a la iglesia. Pedimos "ropavieja", que no habíamos probado todavía, "carne compuesta" y queso majorero, acompañados de una buena cerveza “Tropical” y un refresquito para nuestra peque.
Nos dirigimos después hacia la costa de Pájara para darnos un baño y pasear por los acantilados hasta llegar a unas Cuevas del pueblo pequero de Ajuy y sus hornos de cal en el acantilado. A sendos lugares se accede por un camino bien adecuado para todos los viandantes que parte desde la misma playa, y que no llevará más de media hora.
Magnífico atardecer el que nos depararon los acantilados. Nos íbamos de allí con algo de cansancio: nuestros cuerpos reclamaban cafeína y la niña reclamaba un prometido helado de chocolate. Así que antes de subirnos al coche nos sentamos en una terracita, desde la que se podía ver el sol despidiéndose de nosotros, para abastecernos.
Por ser curiosos y ponernos a hacer comentarios sobre un póster con pescados de la zona ganamos una clase magistral por parte de un pescador acerca de su oficio. ¡Cuántos datos en unos minutos! Nos habló de las características de algunos peces y también del atún rojo de las costas gaditanas que los japoneses suelen comprar y de los "bicharracos" que han llegado a pescarse en aquellas aguas... Él afirmaba haber visto uno de 500 kilos. Sin duda, un rato muy agradable.
Reventados llegamos a casa. No hubo ganas de salir a cenar fuera y la comodidad del apartamento invitaba a quedarse, como también lo hacía la blandita cama con dosel que actuaba cual hechizo adormecedor. Ducha, cena y, feliz final, cama con dosel.
Al día siguiente tocaba ver el norte así que no lo dudamos, aunque esta vez la familia al completo necesitaba un día más relajado, sin tanto trajín. Tras nueve horas de sueño reparador desayunamos tranquilamente. Partimos hacia el norte y en menos de una hora nos pusimos en los Charcos de El Cotillo, un conjunto de calas sin oleaje encerradas en un laberinto de rocas sin fin.
Cuando llegamos a la zona del faro hacía mucho viento y había muchísimas algas, así que nos movimos de un “charco” a otro buscando arena más limpia y un lugar dónde resguardarnos.
Por fin aterrizamos en la Caleta del Marrajo. Una maravillosa mañana... Muy muy relajada... En la arena de la playa, entre los arbustos, había, como en muchas playas de esta isla ventosa, minirefugios hechos al modo de cabañas de piedra con planta circular sin techo donde tomar el sol o descansar sin apenas viento.
Cuando llegó el hambre nos fuimos al pueblo a buscar un sitio que habíamos visto en Tripadvisor, El Roque de los Pescadores. La comida riquísima, el camarero encantador, un crack, sobre todo con la peque. Recomendamos todo lo que probamos incluyendo los exquisitos postres caseros: el pulpo, las papas con mojo picón, el queso majorero, el volcán de chocolate y el tiramisú.
Después de darnos un homenaje nos largamos a otra caleta encerrada entre rocas y nos hicimos, tras cierto asedio visual, con el control de uno de los pétreos búnkeres antiviento. Allí permanecimos hasta que atardeció. La marea bajaba y nos regalaba un singular paisaje, la tarde nos regalaba bellos momentos: las gaviotas se acercaban a las aguas bajas en busca de algún pececillo atrapado, padre e hija se zambullía en las cristalinas aguas, un mariscador cogía cangrejos y los metía en un cesto a la espalda, el sol nos decía adiós un día más... ¡Hora de marcharse!
Cuando llegamos a casa era temprano, así que decidimos dar una vuelta por un ambientado centro comercial de Caleta de Fuste. De todas formas no pudimos quedarnos mucho tiempo, pues teníamos que preparar las maletas. La pequeña subió a un castillo hinchable en el que nadie controlaba el tiempo que saltaba, así que estuvo haciendo la cafre hasta que ya no pudo más: unos tres cuartos de hora.
El día siguiente comenzó con frío, nubes y una duda: ¿qué hacer ante borrascoso panorama? Resultaba poco atractiva la idea de hacer muchos kilómetros hasta Corralejo en busca de playas chulas y dunas. Además, el pronóstico del tiempo no anunciaba cambios. Con viento y nubarrones la mejor opción era, sin duda, el puerto de Caleta de Fuste, junto a casa. Y allí nos plantamos, ¡qué acierto! Nos dirigimos hacia el castillo, que está prácticamente incluido en un enorme resort Barceló, con cuyo tamaño alucinamos en colores: ¡aquello era como un pueblo!
Nuestra hija se divirtió mucho observando una ardilla que correteaba por las rocas junto al mar (¡búscala en la foto, entre rocas!), visitando un barco pirata rodeado de leones marinos y otros animales en recuperación y jugando en un parque infantil.
Fuimos a casa a comer e inmediatamente nos pusimos en marcha hacia el norte, a Corralejo, pues el tiempo, que según parece está un poco loco en estas islas, había mejorado considerablemente. ¡Teníamos que ver esas dunas de las que nos había hablado una amiga! Además, en nuestra guía de la isla habíamos incluido algunas playas por la zona como el Charco de Bristol o la playa de El Burro, donde fuimos a parar finalmente y donde construimos un bello castillo, con muro y cuatro torres perimetrales. Luego, antes de regresar a casa, hicimos una excursión por las dunas y lo pasamos genial lanzándonos desde estas cuesta abajo, corriendo por la arena pura, como unos días antes en Maspalomas. También hicimos muchas fotos del bellísimo paisaje desértico y de sus plantas únicas.
Era nuestro último día en Fuerteventura y lo aprovechamos muy bien, volvimos al apartamento para cenar y disfrutar de nuestra mágica cama con dosel, a veces compartida con la niña, sus "barbies" y otros cacharritos suyos. Nos quedaba por delante un viernes santo ajetreado con otro ferry y otro posible mareo de la niña.
Despertador, rumbo al norte, soltar el coche en la oficina de Cicar del muelle de Corralejo, comprar los tickets para el ferry a Playa Blanca (Lanzarote)… Un poco de stress era inevitable. Pero sarna con gusto, dicen, no pica.
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