miércoles, 14 de diciembre de 2016

Mercadillos navideños en Bélgica I: Bruselas

La Navidad es muy especial para los niños y para los que ya no son tan niños, pues siempre, a todas las edades, hay circunstancias especiales en este tiempo que nos hacen disfrutar de una u otra forma. Para celebrar de la mejor manera estas fechas hace dos años preparamos un viaje sorpresa a París y Disneyland para nuestra peque y lo pasamos pipa los tres, visitando preciosos rincones de una ciudad que ya conocemos bien (fundamentalmente por haber vivido allí unos meses) y dedicando especial atención al mercado navideño de los Campos Elíseos. Por supuesto que disfrutamos mucho en Disneyland, pero la experiencia del mercadillo parisino nos gustó y se nos ocurrió plantear un viaje de auténticos "mercadillos navideños" para el año siguiente. Y así fue...

Después de indagar un poco sobre el ambiente navideño en determinadas ciudades alemanas, francesas, suizas y belgas, terminamos eligiendo Bélgica. Ya habíamos hablado de este destino años atrás, para ir en Navidad, primavera o verano, pero finalmente nos decantábamos por otros... Y la verdad es que el tema de las especialidades belgas como el chocolate o la cerveza tiraban fuerte... Además, los vuelos estaban muy bien de precio y encontramos buenas conexiones con Málaga o Sevilla.

Así fuimos esbozando en principio el plan de viaje: viendo vuelos. Una vez más comenzamos echando un vistazo a Google Flights para ver aeropuertos, horarios y precios. Precisamente pensamos que los precios relativamente reducidos estaban relacionados con los rumores que había sobre Bruselas tras los recientes atentados terroristas en París. Sin embargo, y como siempre hacemos, compramos los vuelos a través de las páginas web de cada aerolínea. En este caso elegimos por horario, precio y aeropuerto de destino estos dos trayectos de Vueling:

-Málaga - Bruselas (Zaventem): 15:15 - 18:00.
-Bruselas (Zaventem) - Málaga: 7:00 - 9:40.

En Málaga, como en otras ocasiones, dejamos el coche en el parking SP, muy fiable. Destacamos esta fiabilidad no en balde, pues en cierta ocasión nos dejaron el depósito a 0 en otro parking malagueño, probablemente por usar nuestro coche para llevar a clientes al aeropuerto o recogerlos. El servicio es rápido y además te llevan al aeropuerto y te recogen a la vuelta. Mola!

Bueno, la salida del vuelo fue puntual. Hasta ahora hemos tenido mucha suerte con este asunto y no hemos tenido que esperar más de media hora a pesar de que solemos volar con aerolíneas low-cost. Como llegamos con tiempo comimos unas hamburguesas antes de la salida (¡nos encanta comer en el aeropuerto!) y al rato estábamos en la cola del embarque. Tres horas después bajábamos del avión. ¡Otro país para añadir a la lista de visitados! Para nuestra peque suponía el país número 19 y para sus papis el número 24... ¡No está nada mal!).


Al llegar a Zaventem y tras recoger el equipaje buscamos los trenes y cogimos uno en dirección a Bruxelles Midi (Brussel Zuid), pues queda muy cerca del hotel que habíamos cogido en el barrio de St. Gilles: el B&B Aquarelle. Llegamos en unos 20 minutos a la estación y luego caminamos unos 15 minutos para conocer el barrio. Si hubiera llovido habríamos cogido un taxi, pero estábamos muy cerca y había un bonito castillo iluminado en Porte de Hal con focos de colores. ¡Qué noveleros! Aunque no conservamos fotos del mismo iluminado.

La llegada al hotel se vio envuelta en un halo de misterio. Nos costó dar con él, pese a que lo teníamos delante. Y es que parecía una mansión embrujada desde fuera. ¡Perfecto! Y, aunque no era un cinco estrellas, la habitación no podía ser más acogedora y calentita, y tenía unas vidrieras super chulas. ¡Ah! Y una habitación propia para la niña. Guay.


Soltamos las maletas, descansamos y nos fuimos a dar una vuelta en busca de cervezas. Pero no encontramos sitios donde tomar algo. Todo vacío. ¡Horror! Anda que igual que en Sevilla o nuestro pueblo, donde siempre hay al menos algún bar con ambiente. Pues aquí todo estaba muy triste y en silencio. Qué rollo, pensamos. Esperábamos de corazón que el día siguiente cambiara nuestra opinión sobre la ciudad. ¿Acaso habíamos cogido un hotel muy alejado del centro y el jaleo?

En fin, lo único que se nos ocurrió fue callejear hasta encontrar un sitio donde cenar. Y así nos topamos con el letrero de "Hector Chicken", una cadena de restaurantes take-away de pollo frito. Y de postre, ¿qué mejor que una selección variopinta de exquisitas cervezas belgas bien frías? Había de todo tipo en una tienda de chinos situada en la esquina frente al hotel.


Pues eso. Paseíto nocturno, pollo frito, atracón de cervezas, ducha y a la cama, que nos esperaba un día largo de callejeo por la ciudad.

 

Al día siguiente nos levantamos y bajamos a desayunar llenos de curiosidad por ver qué nos pondrían. Sorpresa. Una sola mesa para todos los huéspedes. No nos gusta eso. No queremos desayunar pegados codo con codo a un extraño o que éste nos mire frente a frente cómo masticamos. Sí es verdad que el desayuno estaba rico y era variado.

Terminamos rápido y nos lanzamos a patear la ciudad. En primer lugar fuimos hacia Porte de Hal para encarrilar la Rue Blaes, topándonos a los pocos minutos con el mercadillo de segunda mano y antigüedades de Les Marolles. No compramos nada porque una discusión entre viandantes se elevó de tono y parecía derivar hacia pelea, así que huimos. Continuamos nuestra ruta girando a la derecha hasta llegar a la Rue Haute y, más adelante, a la Rue des Minimes. Allí encontramos el Museo Judío, donde hubo un atentado terrorista en 2014. Sabiendo esto no nos asombramos al ver a dos militares con metralletas en la entrada del mismo. Veíamos por vez primera en Bélgica una estampa que se repetiría en muchos lugares públicos debido a los recientes atentados.

Cuando nos dimos cuenta estábamos en la Place de Petit Sablon, donde nos encontramos con una hermosa fuente presidida por las estatuas de los condes de Egmont y Hoorn. Al parecer estas estatuas estuvieron en un principio en la Grand Place, donde fueron decapitados (1568) por orden del Duque de Alba, pues habían sido acusados de impulsar un levantamiento contra el gobierno de Felipe II de España: eran rebeldes ante la supuesta tiranía de nuestro país. A pesar de rememorar episodio tan turbulento, la verdad es que la plaza es un lugar alejado del bullicio del turismo y bastante bonito, ideal para hacer una pequeña parada o comer algún dulce de los comercios cercanos.


Habíamos llegado, sin darnos cuenta, al Palacio Real, aunque tiene poco que ver desde fuera.

El palacio no es usado como residencia real, ya que el Rey y su familia viven en el Castillo Real de Laeken, en las afueras de Bruselas. No obstante el Rey sí cumple sus funciones de Jefe de Estado en este Palacio Real de construcción relativamente reciente (siglo XIX).

Estuvimos merodeando por los alrededores, explicando un poco sobre aquello a la peque, y decidimos continuar el paseíto hacia las Galerías Reales de Saint Hubert, repletas de chocolaterías.

Este detalle era importante porque pretendíamos comprar para nosotros y para regalar a la familia, todos muy aficionados al chocolate de cualquier forma o color.

El camino hasta las galerías nos gustó mucho. Nos topamos con el Mont des Arts, un bonito mirador desde el que se puede contemplar la Grand Place y la torre del ayuntamiento, la catedral... Está rodeado de museos como el de Magritte o el de Instrumentos Musicales. En otra ocasión quizá los visitemos. ¡No teníamos tiempo! pero bueno, siempre hay que dejar algo pendiente para volver con ganas.

Continuamos por la Rue de la Madeleine y así llegamos a una placita con encanto, Agoraplein, donde descansamos un rato. Está ubicada entre la Rue de la Montagne y la Rue du Marché aux Herbes y destacan en ella tanto el intenso trasiego de personas, turistas y "autóctonos", como las tiendas de chocolate y souvenirs, por lo que puede ser una buena ocasión para adquirir algunos. Desde luego, nuestro objetivo estaba en el chocolate de las galerías y estábamos a dos minutos a pie. ¡Así que nada de mirar escaparates! Cuatro pasos y llegamos.


Estas galerías fueron las primeras comerciales de Europa (1837). Además, son de las más elegantes, y ello se debe en parte a la enorme cúpula de cristal que las cubre. Es grande la impresión al entrar a las galerías por su iluminación, decoración, equilibrio y belleza en todos los sentidos... Adultos y niños quedarán alucinados.


En ellas se distinguen tres zonas que son como tres tramos casi idénticos separados por un arco: la Galería de la Reina, la Galería del Rey y la Galería de los Príncipes. Todas ellas están repletas de tiendas cuyos escaparates están diseñados para atraernos como estuviéramos hipnotizados. Es que hay escaparates y escaparates.... Y estos son alucinantes, al menos en época navideña. ¿Quién se resiste a entrar en una tiendecilla de chocolates belgas con un escaparate como este? Una vez entras vez bombones y chocolates de todas las formas, combinados con todos los ingredientes y presentados de las más bellas formas. El precio, eso sí, no debe asustarnos: os ponemos sobre aviso que estas chocolaterías no son low cost.


Finalmente el marketing cumplió su función y pillamos chocolates para nosotros y los abuelos. ¡Riquísimos!

Pero no todo es chocolate en las galerías. También hay joyerías, cafeterías, restaurantes, tiendas de alta costura, tiendas de antigüedades... incluso un cine y un teatro. Merece mucho la pena esta visita. A nosotros, como ya habréis comprendido, nos encantó.

Como había hambre y probablemente las cocinas de toda la ciudad habían cerrado tras una breve búsqueda terminamos en el Pizza Hut del Boulevard Anspach.


De postre o merienda sabíamos lo que queríamos. Cerca de allí estaba la cervecería Delirium Café, otro must en nuestra visita a la capital belga. Un pequeño paseo y allí nos plantamos. Por un momento temimos que no impidieran pasar con la niña (como nos ha sucedido en muchas ocasiones, sobre todo en algunas ciudades escocesas como Edimburgo) pero afortunadamente no fue así.


Llegamos y bajamos al sótano, que estaba prácticamente vacío, disponible para nosotros, y es que era mala hora. Para nosotros era buenísima hora, pues pretendíamos pasar buena parte de la tarde degustando los exquisitos zumos de cebada y trigo. Elegimos una mesa en un rincón magnífico, en la penumbra, desde donde podíamos admirar la totalidad del antro, profusamente decorado en una especie de horror vacui con bandejas y platos pintados de múltiples colores con los logotipos de marcas de cerveza de todo el mundo. En fin, nos pusimos manos a la obra con la carta: había que elegir dos cervezas para empezar de entre las 2400 disponibles. Difícil tarea.


En serio, ¿2400 cervezas? ¿En qué bodega puede guardarse tal tesoro? Pues en este templo, sin duda. La carta que aparece en la foto sobre estas líneas es la carta completa del Delirium, la carta de abajo es la carta reducida, más asequible para gente poco docta como nosotros.


Un cuarto de hora más tarde teníamos las dos primeras candidatas: una Carolus Golden y una Delirium Tremens. Excelente elección. ¡Exquisitas!


Entre la sed (menuda caminata) y las ansias por probar todo (Ja Ja!) no tardamos mucho en pedir otras dos: una Kapittel y, por supuesto, una Chimay. Hmm! ¡Benditos monjes trapistas!


Resulta curioso que al volver a casa tras el viaje nos hemos aficionado a comprar cervezas extranjeras, especialmente belgas, con sus copas a juego. ¡Cómo mola! Pero apenas tenemos sitio disponible ya para coleccionarlas. ¡Pronto habrá que buscar una buena alacena!

Nos hubiéramos quedado hasta bien tarde allí catando cervezas, pero la niña ya estaba harta de jugar a los juegos de la tablet y del móvil y se había acabado su zumo ya hacía tiempo... Así que muy tristes y algo mareados nos despedimos de aquel maravilloso refugio prometiendo regresar algún día. De todos modos no era tan malo lo que nos esperaba. Teníamos toda la tarde libre para disfrutar de los mercadillos y atracciones navideñas que adornaban todo el centro urbano, llamado también Plaisirs d'hiver, pues para eso estábamos allí.

El mercadillo se extiende prácticamente desde la Grand Place a la plaza de Sainte Catherine, aunque es aquí donde se acumulan centenares de casetas en las que se vende de todo. Por supuesto, no faltan los puestos de chocolate. ¡Yuju! Pero lo más llamativo para nosotros y nuestra nena fueron un precioso tiovivo como salido de otra época y la enorme noria desde la que vimos toda la ciudad. Bueno, más o menos.



Resulta que no amortizamos demasiado los 10 pavos que pagamos cada uno, pues justo antes de subir nos dimos cuenta de que no teníamos encima la cámara de fotos. Ataque de nervios. Y Bruselas preciosa de noche desde allí arriba. Qué mezcla de sentimientos. Pena, alegría y enfado brutal. ¿Quién llevaba la cámara? ¿Dónde nos la habíamos dejado? ¿En la cervecería? ¿En la pizzería? ¡¿Dónde?! Mientras tanto, decidimos enviar un par de mensajes via email y Facebook a la cervecería, por si daban con el dichoso aparato. Además llamamos por teléfono, pero nadie contestó.


En fin, hicimos alguna foto con el móvil, bajamos tras dos o tres vueltas bien lentas (y eternas) y nos lanzamos a la carrera (literalmente) hasta llegar sin aliento y sin esperanza alguna al Delirium. Habían pasado casi tres horas. ¿En serio iba a estar allí la cámara? Bueno, si no buscábamos no tendríamos oportunidades de encontrarla, así que por probar... Y así nos dirigimos al sótano, que estaba lleno. No cabía un alma y menos en la barra, donde luchamos por abrir un espacio hasta poder hablar con un barman. Le preguntamos si habían encontrado una cámara de fotos unas horas atrás, en una funda y tal... Nada de nada. Le preguntamos a otro compañero y nos respondió lo mismo después de buscar un poco por la barra. El bajón fue tremendo, pero aún quedaba un último cartucho: nuestra mesa. Nos dirigimos hasta ella y la encontramos ocupada por unos chavales que negaron haber visto una bolsa negra con una cámara. Pero antes de abandonar, rendidos, nos dio por mirar bajo la mesa. ¡Bingo! ¡Allí estaba esperándonos! Y es que la oscuridad del local que nos hizo olvidarla allí también contribuyó a que nadie se percatara de que estaba allí mismo. ¡Subidón! Y para celebrarlo, a la Grand Place a ver más Navidad. ¡Qué bien!


Nos quedaba ya poco que ver en la ciudad. Además, queríamos cenar en una taberna chulísima junto al hotel y antes nos apetecía una buena ducha. Pero no podíamos abandonar la ciudad sin ver al niño meón, el Manneken Pis.

Callejeamos hasta encontrarlo, siempre luchando contra hordas de turistas como nosotros y autóctonos. Y finalmente, decepción total: un meoncete poco diferente a los que tenemos en España y que suelen pasar desapercibidos.

Luego nos topamos con otro meoncete que encontramos en una heladería aledaña. Además, cayó un gofre. Qué maravilla.

De camino al hotel, por la Rue Blaes, nos detuvimos en un bar con muy buena pinta, Pin Pon, justo frente al mercadillo que habíamos visitado por la mañana.



Por fin un descanso en el hotel, una ducha y a cenar en el ansiado restaurante especializado en carnes (la noche anterior no habíamos encontrado mesa libre): La Braise. Oscurita y con un embriagador olor a buena carne de producción ecológica, como anunciaba el letrero en la entrada. Era la mejor opción para despedirnos de la capital, carne y vino a la luz de las velas, en la penumbra. Y de postre, un poco de chocolate en el hotel. Misión cumplida: un día ajetreado pero lleno de emociones, placeres y conocimiento.


Destrozados, nos fuimos a dormir y lo hicimos con pleno gozo del sueño. A la mañana siguiente, sumamente reconfortados por el masaje de Morfeo y las abundantes viandas de un buen desayuno, nos dirigimos de nuevo a pie hasta la Gare du Midi donde habríamos de coger nuestro tren hacia  la bella Gante, ciudad que nos acogería durante los próximos días y que nos cautivó sin duda alguna, pero sobre eso os contaremos próximamente.

¡Saludos!

               Ir al periplo de Gante                                         




domingo, 11 de diciembre de 2016

Dos días en la isla del viento, Mykonos


La isla de Paros nos encantó y nuestra estancia aquí resultó ser reparadora, pues llevábamos saltando de isla en isla unas dos semanas y procuramos relajarnos durante los 4 días que permanecimos allí sin el trajín del equipaje y los barcos ¡Por fin habíamos descansado de verdad! Ahora, nuestro ferry de Seajets partía desde Paros hacia Mykonos a las 11:25 de la mañana. Tras la traumática experiencia en Amorgos (recuérdese el capítulo del ferry inexistente que debido esta inexistencia nos dejó tirados...) nos hubiera gustado viajar con otra naviera (Hellenic o Blue Star), pero llevábamos los tickets comprados desde España... Bueno, en esta ocasión no hubo percances y llegamos sanos y salvos, si bien poco puntuales para variar.

Era la segunda vez que visitábamos Mykonos. En nuestra primera visita estuvimos tan solo un día, pues era una de las paradas programadas en el itinerario del maravilloso crucero que disfrutamos en el Celebrity Silhouette durante el verano de 2012. En aquella ocasión vimos rápido la capital o Chora pero nos centramos en conocer las playas más espectaculares de la isla en un tour express con un coche alquilado. Sin embargo, ahora íbamos al grano y teníamos bastante más tiempo: nuestros intereses se centraban en conocer más a fondo Mykonos pueblo, un poco de playa y visitar la vecina isla de Delos para conocer esta mítica ciudad antigua (declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1990).

Bajamos del ferry en el puerto nuevo o puerto de Tourlos, a poco más de 3 kilómetros del centro de Mykonos, y teníamos pensado coger un taxi hasta el hotel. Nos colocamos en una curva en la carretera en la que había una señal de parada de taxi y se acumulaban muchos turistas recién desembarcados y sudorosos... la espera se hizo eterna. Los taxis pasaban de largo de un lado a otro y no paraban en el puerto. ¿Qué pasaba? Pensamos que podríamos caminar con las maletas, pero el hotel estaba bastante lejos. Caminando podríamos llegar en una media hora al puerto viejo, en el casco antiguo, pero seguramente este arrojo nos serviría después tendríamos que buscar el hotel arrastrándonos y agotados. Por esto permanecimos esperando hasta que un taxi, respondiendo a nuestras más desesperadas oraciones, nos recogió y nos dejó en el hotel. ¡Bravo!

En esta ocasión elegimos el hotel Anastasios Sevasti por calidad/precio, por ubicación y por tener piscina con vistas sobre la capital y la bahía de Mykonos. ¡Guay! ¡Qué buena pinta! Y muy cerca del centro, a donde se accedía descendiendo una empinada cuesta y cruzando la transitada avenida que "abraza" la ciudad y que en Google Maps se llama Epar. Od. Mikonou. Por aquí pasan coches y quads portando torsos desnudos y cabezas sin casco a velocidades totalmente contraindicadas, por lo que recomendamos especial precaución al cruzarla, especialmente si se hace con niños pequeños como en nuestro caso.

Teníamos toda la tarde por delante y hambre, así que tras dejar las maletas en la habitación nos largamos al centro a picar algo y por casualidad acabamos comiendo un gyros donde almorzamos cuatro años antes con algunos amigos del crucero, en Sakis. Un sitio pequeño, con una decoración peculiarmente extraña y relativamente apartado del bullicio. Os garantizamos buen precio, velocidad y buena calidad, todo rico y muy sabroso.



Luego paseamos por las calles, todas pintadas de blanco, como si de un déjà vu se tratase. Recordábamos todo perfectamente pero también todo nos sorprendía. Así llegamos a la zona de los molinos de viento y Little Venice, donde hicimos muchas fotos entusiasmados por lo pintoresco y romántico del lugar... en verdad parecía que admirábamos su belleza por vez primera.




Callejear por Mykonos y perderse es bastante entretenido, sobre todo si nos paramos en cada escaparate a ver la artesanía que se vende. ¡Maravilloso! Nos resultó muy llamativa la tiendecita de arte sacro que hay muy cerca del puerto viejo, donde el estallido de colores y el poder de las imágenes nos embelesaron buen rato.



 




Finalmente, llegamos al puerto viejo, en cuya bahía habíamos anclado el barco de crucero, perplejos ante tanta belleza, cuatro años atrás. Si bien es cierto que aquella primera vez hicimos mil fotos y nos volvimos locos tratando de encontrar al pelícano Petros, "mascota" de Mykonos que -se supone- suele encontrarse merodeando por la zona del puerto viejo. No lo vimos ni entonces ni esta vez. Bueno, ya que estábamos allí aprovechamos para comprar los tickets para visitar la isla de Delos, que se venden en un kiosko con el anuncio bien claro, en el mismo muelle. En una segunda visita a Mykonos no podíamos quedarnos sin esta excursión, más aún habiéndonos especializado en Arqueología. ¡Así que adelante! La compañía que realiza tiene página web en español y se llama Delostours. Los precios, por lo que hemos visto, han subido un poco: ahora los adultos pagan 20€ y los niños 10, aunque los menores de 6 años van gratis.

Con la tranquilidad de tener en nuestro poder los tickets para visitar Delos al día siguiente se nos ocurría aprovechar la magnífica piscina del hotel y relajarnos un buen rato antes de salir a inspeccionar la Mykonos nocturna, que en la anterior visita nos perdimos debido a que el crucero se marchaba a media tarde.



Tras una relajante tarde en la piscina del hotel nos preparamos para salir a cenar. Elegimos el restaurante italiano D'Angelo por las buenas críticas relacionadas que hallamos en internet, pues es uno de los primeros restaurantes de la lista de Tripadvisor en Mykonos. Menudo homenaje: buena cocina italiana regada con un buen vino Prosecco. Y luego, ¡a pasear para rebajar la cena! Perra vida.


Para llegar al centro desde el hotel o para volver al mismo el camino más directo pasaba por la estación de autobuses de Fabrika. ¿Cómo describir aquel lugar? Imaginad. Cientos de chavales, con o sin camiseta, ebrios, con gafas de sol para -probablemente- ocultar la rojez de unos ojos que no se habían cerrado en días, procedentes de las discotecas de las playas Paradise y Superparadise. Esto nos recordó mucho a ciertos ambientes en Ibiz pero, si hay que elegir, nos quedamos sin duda con esta última y nos quedamos con nuestras razones para no ofender a la bella Mykonos.

Dormimos estupendamente en nuestra confortable habitación del hotel y nos levantamos temprano para recorrer a pie el pueblo hasta llegar al puerto viejo, donde nuestro barco hacia Delos nos esperaba. ¡Excursión a la vista! Paseamos para hacer tiempo hasta que llegara el momento de zarpar y nos fijamos en detalles que se nos habían escapado, sobre todo nos percatamos de que todo estaba renovado, mucho más cuidado que años atrás, probablemente debido al creciente turismo masivo. ¿O acaso las diferencias entre las siguientes fotos de 2012 y 2016 no son prueba de ello? 

A modo de curiosidad hay que decir que nuestra hija llevaba el mismo vestido, si bien ya le quedaba un poco más pequeño. Algunos amigos "observadores" y quisquillosos nos han acusado de ser un poco rácanos con la ropa, pues parece que la renovamos poco ¡pero es que ese vestido nos encanta! Y si volvemos a la isla es probable que lo luzca su hermanita... Sería ideal.

Iglesia en el puerto viejo, 2012
Iglesia en el puerto viejo, 2016

En la isla de Delos no hay bares, sin embargo en el barco se puede comprar agua, otras bebidas y cosillas para picar. Es imprescindible llevar gorra si la excursión se realiza en verano, pues en la isla hay poco sitio donde esconderse del sol.



La isla de Delos está deshabitada y frente a esta hay otra isla igualmente deshabitada, llamada Rinia. La separan tan solo 2 kilómetros de Mykonos, por lo que el trayecto se hace rápido. Delos cuenta con uno de los yacimientos arqueológicos más destacados del país, de hecho toda su superficie está prácticamente cubierta de restos. Según la mitología griega esta sagrada isla emergió del mar agarrada por el tridente de Poseidón, pero Zeus la dejó amarrada al fondo para que Leto pudiese dar a luz aquí a Apolo y Artemisa, ocultándolos así de su enfurecida esposa Hera.

Fue, además, uno de los centros espirituales más importantes de la antigua Grecia, especialmente tras la colonización de los jonios (en torno al 1000 a. C.). Es en este momento precisamente cuando comienza el culto a Apolo, dios de la luz y la música. Algo más tarde, en torno al siglo VII a. C., se construyó el primer templo dedicado al dios. Aproximadamente de la misma fecha son algunos restos significativos como los leones de Delos, el Coloso de Apolos, la galería de Naxos o la estatua de Nicandra, ofrenda a la diosa Artemisa. A mediados del siglo VI a. C. los atenienses controlaron la isla y tomaron medidas para purificarla y evitar su profanación, como fueron la prohibición de nacimientos y muertes en su suelo, así como el traslado de las tumbas, personas mayores, enfermas y embarazadas a la vecina isla de Rinia.

Un siglo más tarde Atenas formó la Liga de Delos contra Persia y la isla fue elegida temporalmente como sede del tesoro de la alianza, si bien el control por parte de Atenas no duró demasiado y la isla logró cierta autonomía. Por su posición estratégica y por tratarse de una escala intermedia en las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, Delos acogió a mercaderes extranjeros procedentes de todo el Mediterráneo. Esta presencia contribuyó a que la isla se llenase de edificios públicos, viviendas lujosas, tesoros votivos...

Ya en el siglo II a. C. los romanos controlaron la isla y la declararon puerto franco. Desde entonces comenzó a decaer y durante las guerras mitridáticas fue devastada y quedó desierta, cayendo paulatinamente en el olvido. El tiempo hizo lo que pudo para difuminar la importancia de éste, uno de los centros neurálgicos de la Antigüedad, pero sus grandiosos vestigios materiales perviven para perpetuar la memoria.
















 




Tanta piedra y caminata bajo un sol infernal os dejó exhaustos. ¿Qué mejor que una piscina? Era, sin duda, el mejor plan para pasar la tarde y recuperarnos antes de salir a pasear una vez más por el pueblito.

En esta ocasión elegimos para cenar un sitio en el puerto viejo (¡otra vez allí!), Captain's Food, lugar también muy recomendado en foros y páginas de internet. Pedimos un plato de carnaza variada para compartir y los tres quedamos satisfechos. Todo muy rico, pero el local estaba repleto de guiris, como éramos nosotros... A ver, lo normal en verano, como en la Costa del Sol, por ejemplo. Y eso es lo malo de la isla. El turismo masivo aquí es espantoso. Por eso no recomendamos la isla a quien busque relax y desconexión. Para esto, mejor Amorgos o Folegandros, por supuesto.


A la mañana siguiente desayunamos, hicimos las maletas y dejamos el hotel, aunque nos guardaron las maletas hasta la hora de salida de nuestro vuelo (¡a las 10 de la noche!).

Teníamos la piscina a nuestra disposición, pero nos apetecía ir a alguna playa cercana para no tener que alquilar coche, como sí hicimos en nuestra anterior visita a la isla, por lo que elegimos una pequeña y cercana al hotel. Solo queríamos darnos un chapuzón, sin importarnos el nivel de transparencia y limpieza del agua. El caso es que acertamos. pasamos un rato agradable y decidimos reservar mesa en un restaurante ubicado en la misma arena de la playa, con muy buena pinta y buenas críticas: Joanna's Nikos Place. ¡Acierto total! Y es que no solo nos dieron una mesa con las mejores vistas, sino que además nos encantó la comida y, sobre todo, conocer a Joanna. Nuestra hija, que perdió la timidez hace poco -y sin hablar inglés-, se metió en la cocina porque le cayó bien la dueña y volvió con ella de la mano. Ella nos pidió permiso para ir a comprar un helado a un kiosko con la niña y se lo dimos. Al momento nuestra peque volvió contentísima con su helado y volvió a meterse en la cocina. Finalmente acabamos haciéndonos varias fotos, que luego enviamos por email a Joanna. Un encanto.




Por la tarde volvimos al hotel a recoger las maletas, pedimos un taxi y llegamos con mucho tiempo a un aeropuerto que resultó ser bastante caótico. Se trataba de una sala super pequeña en la que nos agolpamos cientos de personas con destinos diferentes y en la que no encontramos mostradores de Vueling por ninguna parte. Por suerte logramos sentarnos y desde nuestros asientos observamos durante horas a la gente ir y venir, hacer colas y hasta correr desesperada debido a la última llamada de un vuelo que nadie sabía bien dónde tomar. Por fin, en torno a las 9, se abrió un mostrador para Vueling (lo supimos por un cartel enorme) y pronto se formó una cola... ¡bien! ¡nos vamos! Estábamos agotados y queríamos comer algo en el avión y echar una cabezadita.

El avión despegó puntual y a las 00:15 llegamos a Barcelona. ¡Oh, casi se acabó el viaje! Solo nos quedaba llegar al hotel y, a la mañana siguiente, trasladarnos a la estación de trenes de Sants para tomar un AVE hasta Sevilla. Pero las aventuras no habían acabado aún...

Elegimos el peor taxista. Horror total. Al subir al mismo le dimos el nombre del hotel, que supuestamente estaba cerca del aeropuerto: Sidorme Viladecans. Al taxista le sonaba a chino. le dimos la calle, la zona... Incluso le dijimos que estaba que junto al Centro Comercial Vilamarina. Nada. En su GPS no aparecía nada al respecto y él no hacía más que repetir que se trataría de algo nuevo, de reciente construcción, incluso la calle... Uff. Me guardé los comentarios, pero lo hubiera puesta fino. Calladita, saqué mi móvil y conecté el GPS, que marcó rápidamente la ruta a seguir. 20 minutos de taxi. 30 pavos. Taxista inútil. Debimos coger la matrícula para ponerlo verde. ¡Qué cabreo! ¡Qué sensación de haber sido estafados! Por los menos podría habernos cobrado menos, ya que llegamos al destino bien tarde y usando un GPS nuestro. Además, cuando nos dejó en el hotel nos dijo que allí no había ninguna estación de cercanías, que podríamos haber cogido un hotel en Barcelona. ¿Y el precio? Se creía este tipo que no llevábamos todo bien mirado desde casa. Grrr! Por cierto, la estación de Viladecans estaba allí mismo, a 2 minutos andando y a unos 20 de Sants. Nos venía genial.

En fin, que hemos aprendido la lección. La próxima vez antes de subirnos al taxi le daremos la dirección para ver si sabe de que hablamos... Así nos libraremos de inútiles al volante.

Ante tal panorama hicimos un check-in bien rapidito, nos dimos una reconfortante ducha en la habitación y caímos fritos. Eran más de la 1 de la noche y nos esperaba un tren de cercanías y un AVE a primera hora de la mañana.

Prácticamente en un rato estábamos dejando el hotel y subiéndonos al tren de cercanías. Una vez en Sants, nos dimos un homenaje para desayunar y nos subimos al tren. ¡Rumbo al sur!

Tras 5 horas de relax y paisajes (¡nos encanta viajar en tren!) llegamos al fin del trayecto y, por fin, a casa. Así finalizó nuestro largo periplo por las Cícladas. Para repetir, sin duda, si bien cambiando algunas islas... Por ejemplo, nos gustaría visitar de nuevo Amorgos, Folegandros, Naxos y Paros. De Mykonos hemos acabado bien cansados. La primera vez que fuimos visitamos las mejores playas de la isla (Panormos, Elia, Super Paradise...). En esta ocasión no teníamos ganas de alquilar coche, sino de relajarnos en el pueblo y conocerlo más a fondo. Santorini es diferente: hemos estado en dos ocasiones y hemos recorrido bien la isla de una punta a otra, pero es un lugar que, pese al turismo masivo en verano, merece bien la pena ser re-visitado. De hecho, no creo que tardemos demasiado...
¡Hasta pronto!