Tras
organizar el viaje solo nos quedaba esperar
un poco hasta las vacaciones de Semana Santa. Los días pasaron rápidamente y
una alarma en el móvil nos recordó que debíamos hacer el check-in online e
imprimir las tarjetas de embarque.
Esto es muy
importante. Compañías como Ryanair pueden castigarte (creo que más de 60€, no lo sé exactamente) si no llevas impresas las
tarjetas de embarque al aeropuerto. Actualmente puedes llevarlas en papel o
incluso en el mismo móvil. Otro asunto importante es el relativo al peso de las maletas. Normalmente nos dejan llevar
una maleta de mano (equipaje de cabina) con un máximo de 10 kg. (aunque casi
nunca pesan estas maletas, pues se fijan más en el volumen). Si se facturan
maletas, el peso de estas depende de la empresa. Con Ryanair, por ejemplo,
tienes 15 o 20 kg, según lo que estés dispuesto a pagar. Conviene saber que un menor paga menos por sus maletas facturadas, siempre que un adulto que lo acompañe facture una (¡Mucho mejor así!). Con Vueling, sin
embargo, tienes 23 kg. He de decir que mis maletas cargadas de ropa para vivir
varios meses en el extranjero jamás han superado ese peso.
Con tarjetas
de embarque, maletas, documentación personal, nuestra guía de viaje personalizada (siempre hacemos una, currada durante meses) y un largo etcétera nos fuimos al
aeropuerto, con tiempo de sobra “por si una rueda pinchase” (esta prudencia es aprendida de uno de nuestros padres). Esta vez no teníamos dudas respecto a qué hacer con el coche. Hace unos meses descartamos coger un taxi por el precio ida-vuelta y decidimos dejar el
coche en un parking de los alrededores del aeropuerto. Esta vez decidimos repetir con la empresa low-cost Aerópolis, pues nos gustó mucho
por su puntualidad al recoger y devolver el coche. Así que no tuvimos que movernos
del aeropuerto. Recogieron el coche a la hora acordada y lo devolvieron
puntualmente con limpieza exterior. Sin duda repetiremos cada vez que volemos desde este aeropuerto.
Hay que tener
cuidado con estas empresas de parking, pues no todas son fiables. En el
aeropuerto de Málaga la empresa que elegimos en una ocasión (volando a Wroclaw, Polonia) nos devolvió el coche casi sin
gasolina. Es decir, habían utilizado nuestro coche para trasladar clientes,
suponemos. Nuestro error estuvo en no anotar los kilómetros. Pero de estos fallos
aprendemos, por suerte. Aerópolis en Sevilla, sin embargo, si anota los kilómetros y los daños del vehículo y esto se firma en un documento cuando te recogen el coche en el aeropuerto.
Teníamos
tiempo de sobra para desayunar. Normalmente no encontramos tostadas buenas y
baratas en los aeropuertos, así que nos lanzamos a por cafés (para la peque
leche con chocolate) con brownies. Tras coger fuerzas, sobre todo sabiendo que en el avión el precio de las comidas o bebidas es más elevado, fuimos a la puerta
que nos correspondía y nos topamos con los jugadores de la selección de Ucrania,
que volvían a casa con una derrota ante España. No les hicimos fotos, pues más
de uno estaba muy malhumorado y no por la derrota, sino porque su bus hacia el
avión no estaba preparado y los de Ryanair (nosotros) pasamos por delante de
ellos y puntuales. Por una vez, nuestra puerta de embarque estaba muy cerca del puesto de control, así que no tuvimos que echar la carrerita habitual hasta el otro extremo del aeropuerto. Ryanair nos sorprendió, sinceramente. La verdad es que podríamos escribir alguna interesante monografía sobre nuestros vuelos y experiencias en aeropuertos con Ryanair, como "la pesadilla de Treviso", en Venecia.
En el vuelo
todo se dio con normalidad. En el último vuelo (París, en navidad) una mujer
protestó porque la tablet de nuestra hija hacía un poco de ruido. No tenía
razón y la azafata, justamente, no se la dio, por lo que fue objeto de una duro ataque de amor propio desaforado y maleducado.
Algunas personas en torno a nosotros le recriminaron su actitud hasta que accedió a cambiar de asiento... ¡Ea! Nosotros permanecimos calladitos.
La llegada a Gran Canaria fue fantástica. Desde la ventanilla veíamos, en la nublada lejanía, el Teide. El cielo, despejado… o no.
En cuanto
bajamos del avión en torno a las 13 horas y recogimos las
maletas fuimos a buscar la ventanilla de Auto Reisen para recoger el coche.
Habíamos reservado un Citroën C3 o similar y finalmente nos dieron un Toyota
Yaris dotado, por supuesto, con un elevador para la peque (aunque llevábamos
uno inflable en la maleta). Como tenía arañazos en la pintura sacamos
unas fotos por si las moscas…
No había
tiempo que perder. Pese al hambre teníamos planeada una primera visita antes del almuerzo: el bufadero de La Garita en Telde. Tan solo nos separaban de allí unos
10 kilómetros por la GC1 hacia el norte. Fue en esta primera ruta donde nos
sorprendimos con el tiempo atmosférico canario. Cuando aterrizamos hacía una
mañana soleada, pero a medida que nos acercábamos al norte las nubes se
multiplicaban.
Tras dar mil vueltas, culpa de la falta de señalización y de un navegador-smartphone mareado, logramos aparcar y visitamos el bufadero con un tiempo fabuloso. Aclarar, para los no iniciados, que un bufadero es un fenómeno producido por las olas al irrumpir en el interior de una gruta formada en un acantilado, de modo que el agua es impulsada y pulverizada a través de una chimenea emitiendo un sonido peculiar.
Tras dar mil vueltas, culpa de la falta de señalización y de un navegador-smartphone mareado, logramos aparcar y visitamos el bufadero con un tiempo fabuloso. Aclarar, para los no iniciados, que un bufadero es un fenómeno producido por las olas al irrumpir en el interior de una gruta formada en un acantilado, de modo que el agua es impulsada y pulverizada a través de una chimenea emitiendo un sonido peculiar.
El hambre y la hora indicaban la urgencia del almuerzo: como no nos apetecía marearnos y ya era tarde nos metimos en el primer McDonald’s que vimos. Llegaron más nubes y comenzó a llover. Nos dimos cuenta de que la gente que entraba a comer llegaba muy abrigada, no como nosotros. Sudaderas, chaquetones y ¡botas polares! Nos extrañó mucho, pues media hora antes estábamos en La Garita tomando el sol en un banco junto al mar y la temperatura no era para ponerte un anorak... La sensación térmica es subjetiva y tiene peculiaridades regionales, pensamos.
En fin, nos subimos al coche y, meteorológicamente esperanzados, nos dirigimos al sur por la misma CG1 camino de Maspalomas. ¿Estaría soleado o estaría lloviendo y con 12 grados? La intriga no duró mucho, pues en unos veinte minutos nos pusimos en el sur de la isla y... ¡Sorpresa! ¡Un día espectacular! ¡Y qué temperatura! Parecía imposible encontrar un tiempo atmosférico así a tan pocos kilómetros de un norte que parecía Mordor.
La entrada en la zona nos recordó mucho a Islantilla o Marbella: infinidad de tiendas de marca, restaurantes medium y high cost, todo muy bien preparado para un turismo de alto standing... Lo comprobamos, además, con algunos precios, pues necesitábamos urgentemente un anti-náuseas y un bikini para la niña (el suyo se quedó atrás en un lapsus). Al final, tras muchas vueltas por el centro comercial que hay junto al faro, encontramos uno por menos de 15 € que no era una maravilla pero cumplía su cometido. No obstante, luego vimos que la playa sí que era adecuada a todos los públicos y que había una línea de tiendecillas y pequeños restaurantes más económicos metidos en la misma arena, por lo que antes de pisarla hicimos una parada obligatoria en una de estas tiendecillas de juguetes de playa: ella no podía quedarse sin un cubo con pala y rastrillo de la peli “Frozen”.
Pasamos el tiempo relajadamente sobre la cálida arena de Maspalomas y al atardecer decidimos pasear desde donde estábamos, cerca del faro, hasta las dunas a través de un camino junto a una laguna salobre, testigo de las antiguas marismas de Maspalomas que fueron tristemente destruidas por la urbanización masiva... No es éste, como todos sabemos, un ejemplo aislado de la barbarie humana en este sentido. El paseo se convirtió muy pronto en una carrera y, finalmente, en el temerario juego de "sube a una duna y lánzate a toda velocidad cuesta abajo mientras tus piernas dan zancadas extrañas a toda velocidad y de una forma totalmente independiente de tu propia voluntad"... ¡Lo pasamos pipa en las dunas! Por cierto, el atardecer en la laguna, precioso. Como si del Nilo se tratase.
De regreso al coche aprovechamos para hacer unas fotos al faro. Había una luz especial. Qué maravilla. Nos hubiera encantado poder relajarnos junto al mar, cenar allí mismo y dormir plácidamente escuchando las olas.
Sin embargo teníamos que darnos prisa para llegar, antes de que oscureciese, a nuestro hotel en las cercanías de Fátaga, que se encontraba a unos veinte minutos a través de una CG60 extremadamente sinuosa.
¡Qué preciosidad! La oscuridad de la noche no pudo evitar que admirásemos la belleza del lugar. Imaginad: una finca rústica enclavada entre espectaculares montañas, con flores, arbustos y árboles frutales por todas partes… y ese infinito cielo estrellado. Los dueños de la “Finca de Tomás y Puri” nos dieron la bienvenida y, tras dejar nuestras pertenencias en nuestro apartamento –muy acogedor, por cierto-, nos fuimos a comer. Nos dimos un buen homenaje a base de exquisita comida canaria y un rico caldo de la tierra.
¡Qué preciosidad! La oscuridad de la noche no pudo evitar que admirásemos la belleza del lugar. Imaginad: una finca rústica enclavada entre espectaculares montañas, con flores, arbustos y árboles frutales por todas partes… y ese infinito cielo estrellado. Los dueños de la “Finca de Tomás y Puri” nos dieron la bienvenida y, tras dejar nuestras pertenencias en nuestro apartamento –muy acogedor, por cierto-, nos fuimos a comer. Nos dimos un buen homenaje a base de exquisita comida canaria y un rico caldo de la tierra.
Al día siguiente, Domingo de Ramos, desayunamos en la terraza de la finca con las con unas vistas preciosas del rocoso valle que penetra la isla desde Maspalomas hacia Fátaga y más allá. Una vez satisfechos nuestros estómagos y nuestros espíritus, no tuvimos más remedio que despedirnos de los dueños y prácticamente prometer que volveríamos con más tiempo… ¡Nos encantaría! Además, tienen una nieta de la edad de nuestra hija. Lo hubieran pasado genial si hubieran coincidido. Si vais por allí, ¡ojo!, quedaos más de un día: no os arrepentiréis.
En realidad, los paisajes de los que disfrutamos en las siguientes horas nos hicieron darnos cuenta de que nos habíamos enamorado de la isla. ¡Y solo nos quedaba un día de disfrute! Bueno, estamos a menos de dos horas de vuelo… Genial en este sentido.
Se nos fue el santo al cielo y el sol ya estaba bien alto cuando nos pusimos rumbo al centro de la isla. La peque tomó su jarabe antivómito para evitar, como pone en el envase, el "mal del transporte" (curioso mal). No sabíamos si el tiempo se mantendría soleado o si, una vez más, nos toparíamos con las nubes. Habíamos leído que en las montañas del centro suele hacer fresco y a veces está nublado, incluso con mucha niebla. Desde luego no divisábamos ninguna nube en kilómetros… pero tras la experiencia del día anterior, ¿quién estaba tranquilo?
Pasamos el pueblo de Fátaga y continuamos hacia el norte. Nuestro destino era Roque Nublo a través de una carretera con mil curvas, de ahí el mencionado jarabe para la niña. Además de playa nos apetecía hacer senderismo, y como teníamos ocho días de islas con playas por delante…
Nuestro Toyota Yaris de alquiler se las vio negras para subir hasta el punto de donde parte el sendero a pie hacia el Roque Nublo, curva tras curva, cuesta tras cuesta, paredón volcánico tras barranco para matarse, florecilla espinosa tras planta endémica... Finalmente llegamos, y el remedio contra el mal probó su eficacia.
El parking, en medio de la nada, estaba dotado de unas vistas excepcionales. Las montañas, el mar de nubes y, sobre ellas, el Teide. Desde allí partía un sendero con mucho encanto hacia nuestro objetivo.
El sendero tiene 2 km. de subida, con un desnivel de unos 160 metros. Desde el parking hasta la base del Roque, yendo con una niña de seis años, se podría tardar en ascender una hora. Lo sabíamos por blogs de viaje… y comprobamos que no era nuestro caso. Nuestra peque es dura pero requiere descansos continuos. El verano pasado en Kotor (Montenegro) logró subir más de 1000 escalones hasta la fortaleza, pero tuvimos que parar mucho. Normal, ¡es muy peque!
Estábamos tan maravillados que el señor Fog (quien firma estas bitácoras junto con su señora) dejó luego escrito en nuestro diario de viaje lo que sigue:
"mi espíritu se regocija en estos entornos prístinos: si mi vida hubiera ido por otros derroteros hubiera acabado viviendo en armonía con la naturaleza en la Cala de San Pedro (Cabo de Gata) o corriendo montes como esos flipados del running rústico".
Además, no podíamos avanzar sin observar el maravilloso paisaje, grabarlo en la retina y en la cámara de fotos y echar unos tragos de agua. La cámara no descansaba: plantas endémicas, gigantescas crestas volcánicas, un laguito artificial, las nubes de formas caprichosas bajo nosotros, la apabullante vista del Teide nevado, la sorprendente vista del Roque tras una curva en el camino... Teníamos la sensación de estar en uno de esos lugares "llenos de ser".
Mientras tanto, el sol apretaba y bien. Menos mal que nos habíamos untado protector solar. ¿Dónde estaban las nubes y el fresquito de los que hablaban en foros y blogs?
Por fin, tras una interminable pero placentera caminata, llegamos a los pies del Roque Nublo. Allí encontramos un grupo de excursionistas alemanes que descansaban. Tras una pausa reconfortante y un millón de fotos decidimos regresar. Habíamos tardado unas dos horas en subir y esperábamos bajar en menos de una hora.
Descendimos muy deprisa, pese al dolor de pies de la peque, pensando en el almuerzo. ¿Dónde íbamos a comer a esas horas? Estaría todo cerrado, o no. Sabíamos por nuestra guía personalizada que había buenos lugares para comer en la zona, pero el horario era un problema ahora. Además, al norte nos esperaban muchas más curvas y la carretera iba a ser estrecha y sin quitamiedos, con barrancos, por lo que no podíamos ir con prisas. Para la chica, otro chute de anti náuseas.
Lo más cercano era el bonito pueblo de Tejeda, con varios restaurantes recomendados en la zona, como “Let Me Take U” (a priori, según las guías consultadas, fino y sofisticado), la “Casa del Caminero” (también sofisticado por su su decoración y tapas) y el “Asador Grill de Yolanda” (especializado en carnazas y comida de pueblo, contundente). Pasadas las tres nos daba igual donde comer y lo primero que vimos fue la “Casa del Caminero”. ¡Bravo! Una mesa libre en la terraza, ¡y con preciosas vistas! El sitio resultó ser auténtico, con un interior decorado de forma exquisita (arte, mobiliario industrial y detalles rústicos) el camarero muy simpático y la comida rica y a base de buen producto canario, así que lo recomendamos. Dejaremos nuestra impresión en 11870.
Después de disfrutar de un agradable almuerzo y un merecido descanso teníamos que continuar hacia el norte. Próximo destino: Teror, pueblo que conserva en algunas de sus calles el aroma de la época de conquista con sus coloridas fachadas, bellos balcones y blasones pétreos. Un buen ejemplo es la colorida calle Real de la Plaza, repleta de casas señoriales con fachadas de dos tipos: aquellas que poseen balcones tradicionales de madera con techumbre con teja se encuentran en la misma acera, mientras que en la de enfrente las fachadas lucen balcones de piedra colada con forja de hierro, más modernistas.
Por segunda vez nos sorprendió el cambio brutal en el tiempo atmosférico. A medida que nos acercábamos al norte y descendíamos de las montañas la temperatura bajaba, hasta el punto de que llegamos a tener frío. Así, pasamos en un rato de las tirantas a las chaquetas. Otra cosa que nos llamó mucho la atención fueron las nubes. Ese mar de nubes que había bajo nosotros, cuando estábamos en las montañas, ahora se veía cercano, cada vez más. Al llegar a Teror no se veía el sol e incluso lloviznaba. Estábamos inmersos en el mar de nubes…
Por otra parte, la carretera hasta allí, no apta para personas de náusea fácil, volvía a mostrarnos la extraña y exuberante belleza natural del interior de una isla abrupta, de orografía salvaje.
Por fin aparcamos y nos dirigimos hacia la bonita plaza de la basílica de la Virgen del Pino, atravesando la calle Real (¡no hace falta un plano urbano!). Entramos en la basílica y vimos unos pasos de Semana Santa preparados para salir en procesión –aunque parece ser que no en Domingo de Ramos-. Llegamos tarde al mercadillo dominical, que es uno de los mercadillos ambulantes más antiguos de la isla (al parecer tiene dos siglos de historia).
Tras una merendola en una cafetería de la plaza decidimos regresar al coche y continuar. Estaba previsto devolver el coche en el aeropuerto y coger un bus hasta el norte de Las Palmas, donde teníamos reservado el Hotel Pujol, que nos resultaba perfecto por su ubicación, confort y precio.
Habíamos planeado visitar La Vegueta antes de dejar el coche si teníamos tiempo… pero éste no era nuestro caso: había que devolverlo antes de las 19,30 y el tiempo volaba. Tras un pequeño debate, para evitar a la niña el jaleo de ir al aeropuerto a dejar el coche y coger un bus (2,95€) o un taxi (35€) con las maletas a cuestas decidimos pasar por el hotel para que uno de nosotros se quedara con las maletas y la niña haciendo check-in, mientras el otro devolvía el coche y regresaba en bus. Nos organizamos muy bien y antes de las nueve ya estábamos duchaditos y callejeando por la ciudad.
Habíamos pensado tomar cervezas y cenar en un irlandés cercano al hotel Pujol (donde nos alojábamos), pero vimos que estaba vacío y que el ambiente era oscuro, extraño y decadente (vamos a omitir el nombre mejor), así que lo repensamos. Terminamos cenando alitas de pollo en un Burger King en un paseo marítimo de la playa de las Canteras bastante ambientado a pesar del fresquito que hacía. De todos modos nos fuimos a dormir bien temprano, pues a primera hora de la mañana debíamos coger el ferry Fred Olsen a Morro Jable (Fuerteventura). Así terminaba nuestra aventura de dos días en Gran Canarias. Nos quedamos con ganas de más, desde luego, pero aprovechamos muchísimo el tiempo. Y, por supuesto, tenemos claro que volveremos a esta isla para descubrir otros muchos de sus hermosos rincones.