jueves, 16 de noviembre de 2017

Mercadillos navideños en Bélgica II: Gante

La estancia en Bruselas se nos hizo corta, pero nos hacía mucha ilusión cambiar de escenario y quedarnos más de una noche en algún lugar, y qué mejor ciudad que Gante.

En Bruselas Midi/Zuid (la estación que está cerca de Porte de Hal y de nuestro hotel en Bruselas) tomamos un tren hasta la bonita estación de Ghent Sint Pieters (también Gand St. Pierre), en dirección a Knokke o Blakmberge. Para elegir horario echamos un vistazo a la web del ferrocarril belga, Belgian Rail, y ahí mismo comprobamos que llegaríamos en media hora por unos 10 pavos (la niña, la mitad). Nada mal. Buen precio y varios trenes cada hora (los llamados IC tienen trayecto directo y corto).

Habíamos oído hablar de la Go Pass, una tarjeta con 10 tickets para los 3, por 74€, para rellenar a mano antes de subir al tren, pero finalmente decidimos no comprarla, pues no sirve para llegar al aeropuerto, por lo que no ahorrábamos mucho...

Al llegar a Gante solo tuvimos que caminar 10 minutos. Allí estaba nuestro hotel, el NH Gent Sint Pieters. Por 265€ habíamos cogido una habitación superior muy confortable para los 3 con desayuno. 
Es cierto que no era lo más barato de la ciudad, pero tampoco lo más caro, y mucho menos teniendo en cuenta los precios para fin de año en Brujas, donde nos hubiera gustado pasar la noche del 31. Elegimos este hotel -después de cancelar otro rural precioso, pero alejado- porque quedaba al lado de la estación de trenes. De haber alquilado un coche hubiéramos elegido hotel según otros criterios... Fuera de la ciudad, quizá. Y es que somos más de campo que los tractores.

En fin, no había tiempo que perder. Hicimos check-in, soltamos las maletas y nos lanzamos a explorar la ciudad. Teníamos mucho que ver y un precioso mercadillo al atardecer. Así pues, cámara en ristre y mapa en mano, allá que fuimos, ¡rumbo al city centre!

Junto al hotel vimos paradas de bus y tranvía, pero preferimos ir a pie para disfrutar de calles y rincones alejados de las rutas más transitadas o turísticas.

Subimos por la calle del hotel, Koning Albertlaan, cruzamos el río Lys y tras girar a la derecha por toparnos con un canal, volvimos a encontrarnos con el río. Al ver a lo lejos torres de iglesias y una noria decidimos seguir por la orilla. Estábamos llegando al centro y solo habíamos caminado 20 minutos. Genial.


Bueno, parecía estar cerca, pero nos dimos cuenta de que otro pateo era necesario. Pobre peque. No tardó mucho en preguntar si faltaba mucho para llegar a donde fuese y sentarnos.

Al cabo de un rato estábamos como locos haciendo fotos. Teníamos delante la iglesia y el puente de San Miguel (Sint Michielskerk y Sint Michielsbrug) y, tras este, el centro de las ciudad con aquella enorme noria y otros edificios como la iglesia de San Nicolás o el Korenmarkt.







En lugar de cruzar hasta allí decidimos continuar bordeando el río, por las calles Graslei y Korenlei, hasta llegar al castillo de los condes de Gante Gravensteen, primero, y al barrio de Patershol, después. 


Al castillo no entramos, por falta de tiempo, pero con admirarlo desde fuera, tomando una cerveza en la terraza de un cercano restaurante, nos resultó suficiente. Quizá la próxima vez que visitemos Gante...

El barrio de Patershol nos encantó. Se trata de un barrio medieval ubicado al norte del castillo, a pocos metros. Parece ser que en un principio fue un barrio de burgueses y más adelante pasó ser el barrio de los tejedores, y es que la industria textil fue muy importante en la ciudad.

Nos encantó perdernos entres sus calles, el color y la escasa altura de las casas, el silencio... ¿Y la gente? Mejor así.




Tanta caminata nos dio sed. Había que remediarlo pronto. Y sabíamos que muy cerca estaba la cercana plaza de Vrijdagmarkt con el bar Dulle Griet






Nos gustó tanto la cervecería que planeamos repetir antes de marcharnos de Gante. Para tomar elegimos Hoegaarden Julius y Petrus, primero, y Hoegaarden y Leffe, después. 


Y así nos dieron las 15.30 h. A ver dónde podíamos comer. Imaginábamos que algo de comida rápida, por la hora... Pero no!

Hasta la plaza llegaban olores de los cercanos restaurantes de múltiples nacionalidades. ¡No había tiempo que perder!

Siguiendo el olor a comida oriental llegamos hasta Oudburg, una calle paralela al río repleta de restaurantes. Comida japonesa, marroquí, india, thai... A ver quién se decidía. Pensando en la niña, que adora el pollo cocinado prácticamente de cualquier manera, entramos en el restaurante indio-nepalí Himalaya.

No teníamos planes para la Nochevieja, ¡al día siguiente! No habíamos encontrado desde casa ningún sitio interesante para reservar. Como este sitio nos encantó pensamos dejar una reserva hecha, pero finalmente decidimos que no, porque habría que coger buses o patear demasiado, y luego los fuegos artificiales quedarían lejos.

Continuamos hacia el centro. Era el turno de la Catedral de San Bavón, antes iglesia de San Juan. Allí fue bautizado Carlos I, que mucho tuvo que ver con la transformación de la iglesia románica en la catedral gótica, debido a los numerosos donativos que hizo.


Teníamos ganas de visitar la catedral, especialmente porque allí se encuentra La Adoración del Cordero Místico de los hermanos Van Eyck.

Igualmente nos llamaron la atención otras obras preciosas, como el púlpito de mármol de Carrara y roble de Delvaux (1745), que representa El triunfo de la verdad sobre el tiempo. Impresionante.



Escudos de Carlos I y Felipe II de España
 Ya que estábamos en pleno centro, ¿cómo íbamos a quedarnos sin visitar el mercado navideño? Y esa noria... ¿cómo íbamos a quedar sin montarnos? Además, de la noria de Bruselas no habíamos disfrutado apenas debido al estrés que nos causó perder momentáneamente la cámara de fotos (¡menos mal que la encontramos! ¡qué suerte!). Pues otros 10 pavos por cabeza... 


 



Al bajar de la noria dimos una vuelta por el mercado navideño y trincamos un crepe de chocolate. Hacía frío y tuvimos suerte de encontrar una especie de caseta cubierta donde nos colamos para beber cerveza (la peque, un chocolate caliente) y entrar en calor, pues en la calle no se podía estar por el frío... Así que de allí nos fuimos al hotel ¡y a pie! Acabamos molidos. Había que descansar, pues nos quedaba otro día de pateo interesante por Brujas. Y allí pasamos el último día del año, aunque regresamos a Gante con tiempo suficiente para prepararnos para el fin de año y los fuegos artificiales.

Como en Brujas habíamos comido demasiado (madre mía, aquella salchicha mediría 40 cm!), al llegar a Gante no teníamos hambre. Se nos hacía muy raro no cenar en Nochevieja.

Bajamos del tren sin prisas y paseamos hasta el hotel.



Una ducha, ropita elegante y rumbo al centro. Esta vez en bus. Nos plantamos en el mercado navideño, que estaba cerrado. Mal plan. Todo estaba vacío y oscuro en el centro. Mirábamos con cierta envidia algunos bares con fiestas privadas, pero ¿con la niña a dónde íbamos a ir? A ningún lado de interés, desde luego.

Atravesamos el mercado navideño con temor y en medio de la oscuridad vimos una luz, literalmente. Era el hotel Ibis que hay frente a la catedral. Pero lo que nos llamó la atención y nos hizo acudir como moscas a la miel fue el ambiente que había en el restaurante. Había gente cenando o tomando copas. ¡Genial! Un sitio calentito donde pasar dos horas hasta medianoche. Y sin reserva previa. ¡Toma ya!.

A las 11.30 pasadas nos fuimos a buscar el Portus Ganda en el río Lys para ver los fuegos artificiales. Nos situamos en el portal de un bloque de pisos y allí esperamos un rato viendo cómo quiénes nos rodeaban celebraban la fiesta con champán. Pero sin uvas.


Menudo espectáculo. Alucinante. Pero había demasiada gente y la ciudad, como Bruselas, estaba en alerta por peligro de atentado. Por eso cuando el show terminó salimos pitando y, con mucha suerte, encontramos un taxi libre.

Nos tocó el conductor más rápido de la ciudad. Metió el turbo, fue derrapando e incluso pudo saludar a un amigo que vio en un cruce. Increíble. Y qué miedito. En menos de 5 minutos estábamos en el hotel.

Así dimos la bienvenida al nuevo año. Y aún nos quedaba un día más para disfrutar de esta preciosa ciudad.

Gante estaba muerta aquella mañana del 1 de enero, como cualquier otra ciudad. Una vez más fuimos paseando hasta el centro viendo en el suelo restos de la fiesta de la madrugada. Solo en el centro vimos algunas personas que, como nosotros, no tenían resaca.


Nuestro objetivo era repetir en aquella cervecería tan mona, Dulle Griet, pero cuando llegamos hasta ella la encontramos cerrada. Entonces nos buscamos otro sitio en Vrijdagmarkt y encontramos muy cerca el café T'Kanon, cuyo ambiente nos encantó.


Muy cerca de allí, de camino al centro desde la plaza Vrijdagmarkt, teníamos la "calle de los graffitis", Werregarenstraat. Se trata de una callejuela donde está permitido pintar las paredes con spray. No podíamos quedarnos sin visitar una de las calles más fotogénicas de la ciudad. ¡Merece la pena! Es una auténtica chulada.




 

 

No teníamos mucho tiempo. Había que volver al hotel, recoger las maletas y coger un tren hasta Bruselas, donde dormiríamos antes de coger el vuelo. Paseamos por última vez por las bonitas calles del centro, deteniéndonos ante los escaparates de las tiendas, todas cerradas. ¡Qué coraje! Con las cosas tan chulas que veíamos.

 

El hotel nos había permitido dejar las maletas guardadas. Las recogimos y en 5 minutos estábamos en la estación, buscando algo de comer y beber rápidamente y comprando los billetes (aunque pensamos comprarlos online). El tren llegó puntual y en menos de una hora estábamos en el aeropuerto de Bruselas-Zaventem. Salimos de allí y cogimos el bus gratuito de nuestro hotel para la última noche. Nuestro vuelo saldría a las 7 de la mañana, de ahí que no eligiésemos Bruselas capital para dormir. Además, el shuttle gratuito estaba disponible las 24 horas. Genial para un buen madrugón. Grr!

Así finalizó nuestra navidad en Bélgica, si bien en casa quedaba fiesta por delante...

¡Hasta pronto!