miércoles, 29 de julio de 2015

Así comenzó nuestro periplo cicládico: Santorini, 3 días volcánicos


Los preparativos para nuestro viaje por las Cícladas estaban listos varios días antes del viaje. Maletas (dos grandes y dos de mano para los tres), guía personalizada (hecha por nosotros, como siempre) sobre nuestra estancia en las islas, documentación (DNI y, por si acaso, pasaportes), tarjeta de embarque impresa (solo para la ruta Barcelona-Santorini, pues el aeropuerto de Mykonos no admite la opción online, al menos con Vueling), billetes de AVE en papel y en móvil... Todo. Hasta cosillas para desayunar. En ocasiones hemos tenido problemas para encontrar en otros países Nestquik, la bebida favorita de nuestra niña para el desayuno, así que en un rincón de la maleta iba una bolsita, además de galletas y bizcochos.

Por fin salimos de Sevilla en el AVE y nos dirigimos a Madrid, donde nos quedaríamos hasta el día siguiente con familiares. Una vez más, tomamos un AVE, esta vez con destino a Barcelona. Nos encanta viajar en tren. Como en este trayecto éramos tres, vendimos uno de los asientos de la mesa a través de Truecalia y recuperamos 50€ de los que habíamos invertido para la mesa completa. Llegamos a Barcelona con puntualidad, en torno a las 18:30, corroborándose la creencia de que un AVE no suele retrasarse. Hemos oído hablar de que devuelven el dinero si hay un leve retraso, aunque no se nos ha dado el caso en ninguna ocasión... dita sea!

Nuestro vuelo no salía hasta las 22:55, pero preferíamos llegar pronto al aeropuerto de El Prat para quedarnos tranquilos y deambular por él, especialmente por el enorme centro comercial que esconde en su interior. Habíamos oído que con un código en nuestro billete de AVE nos daban gratis un billete de cercanías, así que nos dirigimos a unas máquinas expendedoras de billetes sin éxito. Probamos con otras máquinas color naranja y... bingo! Antes de dar en el clavo toqueteamos mucho la pantalla táctil donde aparecía la palabra "rodalies". No teníamos ni idea. Hemos estudiado varias lenguas, pero este término nos era extraño. ¿Era una ciudad? ¡No íbamos a Rodalies! ¿En serio había que pulsar la tecla que indicaba "combinado rodalies"? Bueno, probando descubrimos que "rodalies" significa "cercanías" y que introduciendo los códigos de los billetes AVE la máquina expulsaba los tickets para subirnos al R2 que nos llevaría desde la estación de trenes de Sants hasta el aeropuerto, previa granizada de fresa rica. Nos ahorramos unos 5€ cada uno. ¡Ya sabéis si cogéis el AVE!

La estación de tren del aeropuerto y la T2 están conectadas por una pasarela, donde nos topamos con un alegre grupo de mujeres que nos pidieron que les hiciésemos una foto. Una pequeña conversación descubrió que éramos sevillanos y que ellas iban precisamente a Sevilla de vacaciones... Mal momento amigas, con los termómetros por encima de 45 ºC. Para trasladarnos de la T2 hasta la T1, donde opera Vueling, utilizamos un bus gratuito. Llegamos a la T1 y vagabundeamos un rato porque había mil personas haciendo check-in con Vueling a mil destinos diferentes, lo que nos hizo pensar que podría perderse una maleta (manías e ideas raras de la que escribe...). Ya, en torno a las 20,30, decidimos deshacernos de las maletas, pasar el control y buscar algo para cenar. Elegimos Pans&Company. Para rebajar la cena paseamos por las tiendas un rato y, con un leve ataque de pánico al ver la hora, comenzamos a caminar rápidos hacia nuestra puerta de embarque. ¡Llegamos los últimos! Esto no nos pasaba desde hacía mucho tiempo...

El vuelo salió con algo de retraso y se nos pasó rápido, pues fuimos dando cabezazos de sueño casi todo el rato. Eran más de las 3 de la mañana cuando aterrizamos, hora local. ¡Qué aeropuerto tan pequeño! Y cuanto taxista. Kalinikta! Hotel Ancient Thera at Perissa beach, parakaló. Con este bilingüismo más o menos cutre hemos pasado 18 días. Mucha curva, conductor temerario, móvil en oreja, nerviosismo... y por fin llegamos al hotel, donde nadie nos esperaba, salvo un cartel con uno de nuestros nombres, indicándonos que llamáramos al timbre. Tras tres o cuatro llamadas pausadas nos abrió el dueño, que nos recordó mucho a un profe de Paleografía de la Universidad de Sevilla que, por cierto, es un crack y un encanto. Sin contestar al saludo (kalinikta!) nos llevó a la habitación, nos dio la llaves y se largó a dormir: eran las 3:30 de la madrugada.

Respecto al hotel diremos que dormimos considerablemente bien pero la habitación era más bien simple y parecía no tener mucho que ver con las fotos que vimos en Booking (¡cuidado!). De hecho, le hemos dado una nota baja al comentar. Estamos ya muy rodados como para darle notable a ese cuarto con la ducha más horrorosa de toda la Hélade (por cierto, qué manía tienen los griegos con instalar duchas planas sin cortinas pero con un sumidero). A ver, lo habíamos reservado como hotel-puente porque tenía recepción 24 horas y estaba en la misma playa de Perissa, lo que nos facilitaba bastante las cosas. Y también por el precio: unos 60€.

Al levantarnos desayunamos en el bar del hotel. Un desayuno muy caro y triste por los tres trocillos de pan que nos sirvieron, lo cual no mejoró la impresión que nos hacíamos del Ancient Thera. La niña tomó un chocolate con leche y un bizcochito que llevábamos en la maleta. El caso es que pronto comenzó a llenarse de gente que buscaba el almuerzo que, por el olor, se antojaba. Como estábamos de mal humor por el trato frío recibido y por la habitación, nos largamos y ni propina dejamos.

Como necesitábamos coche para ir a nuestro próximo hotel y recorrer la isla nos dirigimos hasta la oficina de Romani que se ubicaba junto a la misma playa. Allí reservamos un Fiat 500 cabrio super cuqui que tendrían disponible a las 17:00 con un coste de 120€ para dos días y dejamos las maletas allí. Hemos de decir que no habíamos leído críticas muy buenas de este rent a car y sin embargo nuestra experiencia fue inmejorable.

Nos fuimos allí al lado a la playa negra de Perissa, reincidíamos en ella los tres después de tres años... bueno más bien los cuatro, ya que la sirenita Ariel, que ha visto ya mucho mundo, estuvo con la familia las dos veces. Unas hamacas (un par durante todo el día 8€), unas cervezas Mythos para nosotros, una portokalada o Fanta de naranja para la niña y un buen chapuzón: todo era igual que la vez anterior. Quizá queríamos dar vida al recuerdo que guardábamos de aquel lugar, en el que se mezclaban la magia, la belleza, la alegría y la nostalgia.




Para comer elegimos el sitio que nos había alquilado las hamacas, Porto Castello, donde dimos buena cuenta de un tzatziki, una moussaka y unos espaguetis, todo muy rico.

No podíamos relajarnos mucho, pues teníamos que hacer una compra, hacer check-in en la casa y no podíamos llegar tarde a nuestra cita con el sol... Habíamos reservado una mesa en primera fila en Palia Kameni, un bar muy cool en Thira con la terraza perfecta para ver el atardecer. Hicimos la reserva desde España y pagamos 10€ vía Paypal por adelantado, dinero que luego es restado a la cuenta de lo consumido. Dado que estaban ocupadas las mejores mesas en la terraza superior a la hora de reservar elegimos la inferior ¡y acertamos! Las imágenes hablan por sí solas: no me imagino un sitio donde merezca más la pena pagar 15 o 20 € por una botella de vino de la tierra y 5 € por un zumo de piña natural espectacular. Las sensaciones y el frenesí fotográfico fueron insuperables.





Encontrar aparcamiento en el centro de Fira es complicado, pero no imposible, porque en la zona baja del pueblo a unos 5 minutos a pie del centro hay algún aparcamiento, como el que hay junto a Carrefour. Como hemos dicho, mereció la pena marearse un poco, pues nos encantó la experiencia sunset en Palia Kameni.

Para cenar elegimos nuestra propia casa. Una ensalada griega y algún sandwich. Habíamos comprado una botella de vino retsina y nos la bebimos mientras nos relajábamos un poco bajo las estrellas, bañándonos en el jacuzzi que nuestra habitación tenía en la terraza. Además Anna, la simpática dueña de la casa, nos había dejado como detalle de bienvenida otra botella de vino blanco, frutas y cosas varias para desayunar. ¡Genial! Si volvemos a Santorini repetiremos en Athiri Santorini, en Imerovigli, a pocos minutos de Fira en coche. Nuestra hija pasó también ratos muy divertidos jugando con Evelina, la hija de Anna, a pesar de no manejar muy bien el inglés.


Esa noche dormimos super bien tras el baño en el jacuzzi así que despertamos a tope de energía. Tras desayunar nos marchamos a la punta este de la isla, para visitar alguna ruina y alguna playa. En principio queríamos ver muchas cosas, pero había que elegir. No podíamos ir a la antigua Thera y a Akrotiri si queríamos pasar un buen rato en alguna playa de la zona, por lo que finalmente nos decantamos por Akrotiri. Cuando estuvimos en la isla hace tres años tuvimos que centramos en Thira, Oia y la playa de Perissa, pues un crucero suele parar un día en cada lugar y, en este caso, nos dejaba 10 horas para ver la isla.... Resultado: mucho estrés.

Como Licenciados en Historia y apasionados de la arqueología, que además hemos ejercido, Akrotiri no nos decepcionó, aunque la necesaria cubierta le quitaba encanto al sitio. Al parecer había una cubierta más rudimentaria antes, pero se cayó y mató a varios visitantes. Esta parece más firme, desde luego.

Mientras caminábamos por las calles conservadas por la erupción del volcán Thera en la fecha estimada de 1627 a. C. íbamos contando a nuestra hija la historia del lugar. La niña alucinaba pensando en sus habitantes, en cómo huyeron a tiempo (no se han encontrado restos humanos en el yacimiento), si se salvaron o si la ola gigante derivada de la catastrófica erupción (ola que se supone afectó incluso a Creta y acabó con la civilización minoica) hizo que el mar los engullera... Entonces decidió que, además de vulcanóloga, quiere ser arqueóloga o como ella dice: "arteóloga".




Cuando acabamos de ver Akrotiri nos apetecía un bañito, así que nos dirigimos a una de las playas de nuestro catálogo que nos pillaban más cerca: Red Beach o Kokkini paralia. El camino a pie desde el mismo parking del yacimiento no es demasiado largo y discurre parte en carretera y parte en tramo de tierra y piedras sobre un acantilado con alguna dificultad, pero pudimos bajar bien hasta una playa que estaba abarrotada, pues el espacio entre la pared del acantilado y la orilla no es demasiado amplio. Sabíamos que no duraríamos mucho allí pero el baño no podía faltar.


Yendo hacia Red Beach vimos una taberna a medio camino con muy buena pinta así que al volver la elegimos para almorzar, pues pensamos que los restaurantes más pegados a la propia playa y con más enfoque turístico serían más caros. Así que acertamos y comimos maravillosamente en Glaros, que nos pareció una auténtica taberna griega. Pedimos platos que nos encantaron, como el pulpo o el tzatziki, y ¡nos invitaron al postre!: un yogurt griego con confitura casera y miel del que no quedó ni una pizca.



Luego nos dirigimos al pueblo de Pyrgos. De camino nos paramos para hacer fotos de la caldera. ¡Qué vistas! Y qué sensación al pensar que ese espacio de agua estuvo ocupado por el volcán que, al explotar, hundió el terreno. 



Pyrgos nos encantó, superando ampliamente nuestras expectativas: callejuelas serpenteantes siempre ascendiendo hasta la fortaleza (pyrgos significa torre), iglesias, placitas con encanto y unas vistas excepcionales: por el este hacia Perissa, por el sur hacia la caldera, por el norte hacia Kamari y por el oeste hacia Thira.






Con el calor y tanta cuesta arriba apetecía una playa para terminar la tarde, así que nos acercamos a la cercana Monolithos. Habíamos leído que estaba bien para niños por sus aguas poco profundas, pero el viento y el mal tiempo en el mar nos hicieron cambiar de planes una vez allí, donde sólo vimos gente haciendo windsurf y nadie bañándose en un mar agitado. Por esto nos trasladamos a la playa de Kamari, donde tampoco nos bañamos debido al viento. Al menos nos tomamos unos frappés y un chocolate en una terraza muy bonita. La verdad es que estábamos cansados y teníamos jacuzzi en casa... ¡Hora de marcharse! No sin antes comprar tickets para la excursión al volcán al día siguiente.

Probamos allí mismo con Kamari Tours pero nos salía muy caro (26€ adulto y 13€ la niña) y el barco zarpaba muy temprano para nosotros, a las 9 de la mañana. Fuimos a Thira a buscar alguna agencia de viajes con la esperanza de encontrar algo más barato. ¡Bingo!: en Pelican Travel nos costó 18€ a cada uno (la niña, la mitad).

Con la placentera sensación del triunfo nos fuimos hacia casa, pero recordamos que no habíamos pasado por Oia y este era nuestro último atardecer en la isla... ¿Por qué no? Un paseíto y luego a casa a disfrutar de las burbujas y el vino.

Hace tres años visitamos Oia por la mañana y el pueblo estaba vacío para nosotros. Nos encantó... una maravilla. En esta ocasión la gente nos pisaba los talones al caminar ¡Horrible! ¡Y cuántas bodas! Se ha puesto de moda, sobre todo entre los japoneses, casarse en una terraza con vistas a la caldera. Como pudimos fuimos desplazándonos, agarrando bien fuerte a la niña, pues la marabunta humana que se agolpa y empuja en las calles estrechas y enrevesadas pretendía robárnosla. A pesar de la belleza del atardecer en Oia, no creemos que merezca la pena pasar por eso para ver ponerse el sol, cuando desde Thira se ve precioso y sin pisotones.


 




Tras el ocaso salimos pitando por el coche, que estaba en un aparcamiento céntrico. Fue muy difícil entrar en Oia y fue difícil salir: caminar era imposible con tanta gente y peor era conducir por una calle estrecha válida para dos sentidos. Para endulzar la noche compramos, antes de irnos, unos dulces en una tiendecilla donde marujeaban algunas septuagenarias griegas. Después comprobamos que las baklavas estaban riquísimas, aunque nuestra hija prefirió un tronco de chocolate. Por fin volvimos al apartamento y tras la cena nos dimos el ansiado baño en el jacuzzi bajo el cielo nocturno.


Dormimos de escándalo, muchas horas, y eso nos venía bien porque nos esperaba un día duro. Primero, a patear volcán. Luego, por la tarde, un ferry a la isla de Folegandros. Las maletas no serían un problema porque Anna nos guardaría las maletas hasta la hora de coger el ferry en la tarde.

Para coger el barco de la excursión teníamos que desplazarnos a Thira, aparcar, encontrar el teleférico y bajar al puerto viejo. No intuíamos lo estresante que iba a ser este proceso. Al llegar a Thira aparcamos en una de las calles bajas del pueblo. Nos tocaba, por tanto, subir cuestas. La peque se cansó en el primer minuto y la pobre no sabía lo que le esperaba. Subimos durante diez minutos y cuando vimos la masa de turistas supimos que estábamos cerca del teleférico pero nos perdimos. Nuestro barco zarpaba a las 11 y eran las 10,30 pasadas. Yo, mujer, atacada de los nervios e insultándole a él, hombre, circunstancia recurrente.

Por fin, tras preguntar a un isleño, dimos con el teleférico (el ticket cuesta 5€ por persona -solo ida-pero los niños no pagan) y en menos de cinco minutos de viaje estábamos en el puerto. Nuestro barco no había llegado pero había una cola enorme.... todo el mundo iba a hacer la misma excursión. ¿En serio íbamos a caber tanta gente en un barco pequeño? Pues sí. Nuestro barco, el "Albatros", llegó lleno de gente y temimos no caber en él, pero increíblemente lo logramos y además había dentro espacio de sobra. Nos acomodamos donde pudimos junto a una familia de Zaragoza que nos hizo fotos durante la excursión.

Al llegar a Nea Kameni nos dijeron que teníamos hora y media para visitar la isla... un pateo bueno, vamos. Pero mereció la pena visitar los cráteres, ver el vapor de agua salir de la tierra al lanzarle agua de una botella y hasta algún que otro sismógrafo que nos encontramos. Además, las vistas de Santorini eran geniales.





La excursión incluía un baño opcional en las aguas calientes de Palia Kameni. Lógicamente nosotros quisimos experimentarlo y la niña también, así que nos lanzamos desde el barco de cabeza al agua y nos prestaron un salvavidas para la niña. Allí estuvimos unos 10 minutos: en el punto donde te tiras el agua tiene una temperatura y un color más o menos normales pero conforme te acercas a la orilla se vuelve más caliente y marrón por los efluvios volcánicos ferruginosos.

La visita terminó y regresamos al puerto viejo. No sabíamos dónde comer, así que dimos una vuelta por allí en busca de algún sitio no turístico... ¿Un milagro? Encontramos una taberna muy cuqui que estaba completamente vacía, exceptuando algún personaje local: buena señal. Allá que nos sentamos. No todos los días se come en un puerto con vistas a una caldera volcánica. Comenzamos con unas cervezas y pedimos calamar, espaguettis y suvlakis. ¡Todo muy rico! Y el precio, normal.

 



Cuando terminamos cogimos el teleférico y volvimos a Thira a por el coche. Teníamos que volver al apartamento para recoger las maletas y despedirnos de Anna y Evelina. Y después, buscar la agencia de viajes de Thira que tiene un acuerdo son Seajets para sacar los tickets previamente comprados desde casa.

Con Romani rent a car habíamos quedado en devolver el coche en el puerto nuevo, Athinios, desde donde zarpábamos al atardecer. Al llegar al puerto llamamos por teléfono y en 10 minutos estaban allí recogiendo nuestro bólido. ¡'Qué pena nos da despedirnos de los coches que nos gustan!

Esperamos eternamente el ferry, que venía muy retrasado, tomando cervezas en un bar con wifi y deambulando por el puerto. En un momento dado la guardia portuaria vino a decirnos que nos aparatáramos de la zona, que el Seajet 2 se acercaba por fin. Del barco salieron cientos de personas con sus enormes maletas que dejaron hueco para los que nos marchábamos, menos nuemerosos. Para subir con maletas grandes hay que hacerlo por la parte trasera. Te preguntan por el destino y en función de esto colocan (arrojan) las maletas a una zona o a otra. Luego hay que buscar el número de asiento. Nosotros elegimos tres que había libres, pero nos levantaron, así que nos tuvimos que cambiar a los que realmente nos correspondían. ¡Nuestros asientos estaban separados! Montamos un pequeño escándalo y un empleado nos dio tres asientos en línea para que nos callásemos.

Nuestra estancia en Santorini llegaba así a su fin. Tres días maravillosos pero muy cortos. No obstante, nos marchábamos sin tristeza, pues teníamos muchas ganas de conocer Folegandros. 

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