jueves, 12 de julio de 2018

Mercadillos navideños en Bélgica III: Brujas

31 de diciembre. Brujas. Maravillosa elección para despedir el año. Aunque nos hubiera gustado pasar una noche allí, pero claro, los precios eran disparatados. Es lo que pasa con los destinos muy turísticos. Lo dejamos para muy tarde y lo bueno, bonito y barato desapareció. De todos modos Gante nos volvió locos y finalmente nos alegramos mucho de haber elegido esta preciosa ciudad para alojarnos.

La mañana del último día del año nos pusimos en marcha bien temprano para coger un tren hasta Brujas, que nos costó en total unos 15€ (i/v, 2 adultos y una niña). Y en menos de media hora de trayecto estábamos allí, disfrutando de sus animadas calles repletas de turistas, como nosotros, y desde primera hora.

Para no perder tiempo viendo Google maps o buscando algún plano online decidimos seguir a la marabunta. Todo el mundo caminaba hacia la misma dirección con mucha seguridad. Y nosotros detrás.

Lo primero que nos encontramos fue el Lago Minnewater o del Amor, con sus preciosos cisnes. Se trata del puerto medieval de la ciudad y hay varias leyendas en torno al origen de su nombre y a la presencia de cisnes. Por supuesto, contamos a nuestra peque alguna que otra leyenda y nos acercamos con cuidado a los animalitos (con cuidado, sí, pues aprendimos la lección en Éfeso, donde nos atacaron -bueno, más o menos- unos gansos que, por lo que parece, no nos querían como turistas en las ruinas del templo de Artemisa).


Continuamos hacia el centro y a muy poca distancia del lago nos topamos con el Begijnhof o beaterio de Brujas. ¡Maravilloso!

Fue creado en el s. XIII por Margarita de Constantinopla, condesa de Flandes, con el objeto de recoger a las mujeres que se quedaban solas por motivos bélicos. El centro actuaba como un convento donde las mujeres (beguinas) vivían aisladas, con una vida muy tranquila, dedicándose a ayudar a personas desfavorecidas y enfermos, así como a realizar labores artesanales. Al parecer, la última beguina dejó el beaterio en 1927, pero desde 1930 fue ocupado por monjas benedictinas. Hoy sigue siendo un centro de retiro y las casas que podemos ver no son las originales. Aquellas fueron construidas de madera, pero en el s. XVIII tomaron el aspecto actual.

Desde allí continuamos hacia el centro, dejando a un lado y a otro multitud de escaparates curiosos y repletos de productos típicos, algún puente lleno de turistas haciendo fotos compulsivamente... Era señal de que el corazón de la ciudad estaba próximo.



Tras un buen paseíto llegamos por fin hasta Nuestra Señora de Brujas, donde dos sorpresas nos esperaban: por un lado, una Madonna de Miguel Ángel (1504) y, por otro, el corazón de Felipe el Hermoso. Sí, así es, aunque no se puede ver nada salvo una cajita de plomo bajo la tumba de su madre, María de Borgoña. Pero, ¿qué hace aquí su corazón si Felipe descansa en la catedral de Granada? Pues resultan que su corazón fue enviado a Brujas. Mejor así, pues con Juana...

 


Muy cerca, a unos metros, encontramos el Hospital de San Juan, del s. XII, ni más ni menos. Nos asomamos, pero sin visitarlo, y continuamos con el paseo. Teníamos ganas de ver esos rincones que todo el mundo fotografía. ¿En serio serían tan espectaculares? Bueno, pues sí. Muy, pero que muy fotogénicos, como el puente de San Bonifacio, con unas vistas...


Tras cruzar el puente nos dirigimos hacia el Muelle del Rosario (Rozenhoedkaai), en el canal Dijver, donde nos topamos con la cervecería 2Be y con el Campanario o Belfort, al fondo. Fotos por aquí y por allá ¡y a por las cervezas!



Unas cuantas cervezas trapenses más tarde continuamos con el paseo y llegamos, unos minutos más tarde, a la coqueta y acogedora Plaza de los Curtidores (Huidenvettersplein), llamada así porque era el lugar donde los curtidores ejercían su oficio y tenían su sede.


La plaza nos encantó y nos hubiéramos quedado en una de las apetecibles terracitas a tomar algo, pero es que ya estábamos bien hidratados... Así que continuamos paseando. La peque, incansable.

No anduvimos mucho hasta llegar a la Plaza del Burg, donde se encuentra el Ayuntamiento (Stadhuis), así como el Franconato de Brujas (Brujse Vrije), una casa señorial del s. XVIII que fue sede de los tribunales de justicia desde 1795 a 1984, año en que pasó a albergar los archivos de la ciudad.

La fachada renacentista blanca y dorada, presidida por una alegoría de la justicia (mujer sosteniendo una espada, una balanza y con los ojos vendados), nos llamó la atención al llegar. También nos sorprendieron las argollas donde encadenaban a las mujeres acusadas de brujería antes de su ejecución en la hoguera. Según la información que consta en los archivos de la ciudad, fueron cientos de mujeres las que murieron por tal acusación.


Como teníamos poco tiempo y queríamos ver muchas cosas antes de regresar a Gante para celebrar el fin de año, no entramos. Además, estábamos viendo allí mismo la Basílica de la Santa Sangre (Heilig-Bloedbasiliek). ¿Para qué esperar? 


La fachada gótica de piedra negra con esculturas doradas es alucinante, sobre todo para frikis de lo histórico-artístico, como nosotros.

El interior de la basílica tampoco queda atrás, aunque realmente fuimos a visitarla, no solo por sus manifestaciones artísticas, sino porque además contiene una ampolla de cristal con, dicen, la sangre de Cristo, recogida por José de Arimatea y traída a Brujas tras las Cruzadas. ¡Una historia increíble!



Continuamos la ruta y pronto nos encontramos en la última plaza que nos quedaba por visitar, la Plaza del Mercado (Markt), con el Campanario o Belfort que habíamos visto una y otra vez desde que llegamos a la ciudad por la mañana. Nada que ver con otros rincones o plazas de la ciudad. ¡Estaba llena de gente! Y, para colmo, con mercadillo navideño. Olor a chocolate, salchichas... Hmm, ¡qué maravilla!



Un paseito por el mercadillo navideño y, ¡por fin! a comer algo, pues ya la hora del almuerzo había quedado atrás.

Tras buscar algo apetecible (a esas horas nos comíamos las piedras) durante un buen rato se nos fue la vista a un puesto de salchichas gigantescas. Cuando digo gigantescas me refiero a que eran gigantescas. Como el brazo de nuestra cría, vamos. Pues esta, que no dejaba de quejarse por el hambre (claro, ella no se había tomado aquellas cervezas...) se zampó una entera. ¡Ella sola! 40 centímetros de salchicha con su ketchup. Brutal. Exquisita. Y con ese frío, más apetecible aún.

Pues en esta maravillosa plaza terminaba nuestra ruta. La media tarde había pasado y aún teníamos que caminar hasta la estación, regresar a Gante, llegar al hotel y prepararnos para salir a cenar y despedir el año.

Un momento, ¿cenar? ¿Con esa mega salchicha en proceso de digestión? Pues no. De hecho, como narramos en nuestras aventuras en Gante, al llegar nos preparamos para dar una vuelta y ver los fuegos artificiales de Año Nuevo, ¡sin cena! Pero eso es otra historia...