jueves, 10 de octubre de 2019

Recorriendo las Highlands escocesas II

La ruta hasta Portree, en la isla de Skye, fue agotadora. El sol se había puesto cuando llegamos, así que nos fuimos directos al  coqueto hotel Marmalade para darnos una merecida ducha antes de salir a cenar algo en un pequeño sitio del centro. Y caímos rendidos. Habíamos recorrido muchos kilómetros en dos días.

El día amaneció algo soleado. El plan era hacer senderismo y recorrer toda la isla, visitando los must. Pues eso hicimos. Pero primero cogimos fuerzas con un buen desayuno escocés: black pudding, huevo frito, champis, salchicha de Speyside (donde hacen el whisky Cardhu), bacon de no sé donde, tomate, muesli y tostadas. Por supuesto, té y café. Carga calórica brutal que quemamos en un par de horas, subiendo al Storr.

 


Después de rebajar un poco el desayuno jugueteando en el jardín del hotel, con maravillosas vistas al Ben Nevis, dimos un paseo por el pueblo. La zona del puerto es muy chula. Colorida y fotogénica. Y allí cerca encontramos un mercado de productos locales, donde compramos un monito de lana del que la peque se enamoró.





Después cogimos el coche y nos dirigimos hacia Old Man of Storr, probablemente uno de los sitios más emblemáticos y espectaculares de la isla.



Una vez en el Storr aparcamos junto a otros muchos coches y nos pusimos en marcha, cuesta arriba. Nuestra peque es una máquina, porque llegó bien alto aunque, tras una hora de caminata lenta por un carril fangoso (¡botas obligatorias!), se plantó y dijo que no podía subir más. Así que niña y mamá se quedaron en un prado descansando mientras que papá continuó hasta "the sanctuary".







Muy cerca del parking del Storr se encontraba otro de los puntos de obligada visita: los acantilados de Kilt Rock (llamados así porque su forma recuerda a una falda escocesa). ¡Impresionantes!


Continuamos nuestra ruta después de un descanso con aquellas espectaculares vistas, dejando a nuestra izquierda las montañas Quiraing. Por el camino no vimos personas. Solo ovejas.



Así bordeamos la isla por el norte hasta llegar a Glendale, para comer en Red Roof Café Gallery, el bar del techo rojo, que vimos recomendado en Tripadvisor y que nos encantó, tanto por lo original del menú, muy muy sano (todo orgánico), como por lo acogedor que es. Y la peque se volvió loca con los juguetes disponibles. Pero nosotros nos quedamos sin cerveza.


Para rebajar el almuerzo teníamos preparada una interesante ruta. Cuando estuvimos a punto de comenzarla vimos a lo lejos, muy muy a lo lejos, el faro de Nest Point, hasta donde pretendíamos llegar. Pero no nos acobardamos. Para eso estábamos allí, donde parecíamos ver el fin del mundo...





Tras una larga caminata llegamos a los confines de la isla de Skye. Merece la pena el pateo, sin duda. Cualquiera diría que la niña quedó agotada de subir y bajar cuestas, pero no fue así. Disfrutó muchísimo. 





Precioso atardecer y triste despedida de Skye. ¿Cómo pudimos pasar aquí solo una noche? ¡Es un sitio para quedarse una semana! Dejamos tantas cosas pendientes... Elgol, al sur de la isla, con el espectacular y sobrenatural paisaje de las Black Cuillin; el paseo en barca hasta Loch Curuisk... Pero bueno, siempre es bueno dejar algo y así tener una buena excusa para volver, ¿no?


Ya de camino hacia nuestro próximo destino pasamos por Dunvengan dispuestos a ver el castillo, pero lo encontramos cerrado. Nadie impidió un saltito a la valla para verlo mejor, aunque de lejos.


Y así nos despedimos de esta maravillosa isla que nos cautivó desde el instante en que la vimos. Pusimos rumbo a Kyle of Lochalsh, donde pasaríamos la noche, impacientes por visitar uno de los castillos más alucinantes de Escocia y llegar, por fin, al Lago Ness.

En busca de Nessy... (en construcción)