lunes, 24 de agosto de 2015

Fascinante Naxos. Así fue nuestro paso por la mayor de las Cícladas

La pequeña isla de Folegandros nos marcó. Y qué poco tiempo dedicamos a saborearla. Pero como teníamos hotel reservado en Naxos y los tickets de ferry, no había modo de cambiar los planes. Además, es complicado organizarse con los horarios de los ferrys. No todos los días hay un ferry a la isla elegida, salvo que se trate de las más concurridas como Santorini o Mykonos. Ya tratamos este asunto en una entrada sobre la organización de este viaje.

Cuando compramos los tickets de ferry pensábamos que de Folegandros iríamos directamente a Naxos, pero volvimos a Santorini. La verdad es que nos encantó volver a ver al isla desde el puerto y, una vez más, despedirnos. El barco dejó a muchísima gente allí, aunque volvió a llenarse, probablemente con viajeros que se dirigían a Mykonos.

Llegamos tarde al puerto de Naxos, donde nos esperaba un taxista con un cartel con uno de nuestros apellidos... ¡Qué bien! ¡Era el transfer pagado por el hotel! ¡Todo un detalle!


El taxista, que ni dijo ni mu durante su veloz carrera, nos llevó al hotel Valena Mare, en la playa de Plaka. Eleni, la dueña, nos recibió con zumo y frutas troceadas... ¡Otro detalle! ¡Qué maravilla! La verdad es que estábamos hambrientos y eran más de las 3 de la tarde.

Nuestros apartamento nos encantó, sobre todo la terracita, con vistas a la piscina y al espectacular jardín. Una vez más volvimos a quejarnos de haber reservado solo dos noches... Pero bueno, estas cosas son así. ¿Y si no nos hubiese gustado el hotel? Estaríamos deseando largarnos... No era el caso en esta ocasión.


Esta chica nos indicó cómo llegar a la playa por un camino sin asfaltar y poco transitado. Nos dijo que el núcleo urbano de Plaka (el pueblo estaba a unos 15 minutos del hotel caminando por la playa) había varios sitios en los que comer. No había tiempo que perder pero nos perdimos... El camino que nos indicó tiene una bifurcación. A la derecha continúa sin salida. Parece ser que más gente tomó la misma ruta, pues había muchas pisadas. Finalmente conseguimos llegar a la playa y, caminado por la orilla sin calzado, encontramos un sitio para comer, Maistrali. Solo había una familia griega comiendo y pronto adivinamos que eran parientes de los dueños del local, pues los niños se pusieron a recoger los platos sucios.

Pedimos dos Mythos, para variar, y una portokalada (Fanta de naranja) y, tras echar un vistazo rápido a la carta, se nos fue la vista a la papoutsakia, una especie de lasaña o mussaká sin patatas. Bueno... ¡exquisita! Qué cosa más rica... Y luego, a la playa hasta el atardecer... La belleza de la playa y su entorno hacía que nos costara comprender cómo estaba vacía. Y esta sensación es común a casi todas las playas que hemos visitado en las Cícladas.



Cuando nos cansamos nos trasladamos a la piscina del hotel y cruzamos los dedos para que no hubiera mucha gente. ¡Bingo! Estaba solitaria: toda para nosotros, la tarde perfecta...


Bueno, tan solos no estábamos. Un conejito paseaba por el jardín...

 




La verdad es que sacamos partido al jardín y a la piscina. Es el lugar perfecto para desconectar del mundo. Incluso de noche, con el cielo plagado de estrellas.



La terraza perfecta para tomar una copita de ouzo tras la cena, mientras mil mosquitos intentaban mordernos. Menos mal que llevamos repelente de insectos encima y que en la habitación había un aparato para ahuyentarlos. 

Al despertar fuimos a una preciosa terraza al aire libre preparada para los desayunos a esperar con intriga... No sabíamos nada del desayuno, pero estaba incluido.

Pronto apareció Eleni y nos preguntó si queríamos huevos y cómo. ¡Fritos, por favor! Otra señora trajo café, pan, zumo... 

Tras el suculento desayuno nos pusimos en marcha. La tarde anterior Eleni estuvo llamando a varios renting y por suerte encontramos coche para un día en las mejores condiciones. Todas las compañías cobraban caro y querían que recogiésemos el coche en la Chora a las 9 de la mañana. 


¿Y cómo íbamos a llegar hasta allí? Finalmente conseguimos que un chico trajera el coche al hotel en torno a las 10:30 y acordamos la devolución para las 22:00 en el hotel, con la comodidad que esto suponía para nosotros. ¡Perfecto! Y por menos de 50 €.

Teníamos un día completo para visitar lo que nos resultaba más interesante de la isla: la zona centro. Primero, queríamos visitar la Chora. Encontramos aparcamiento en una callejuela junto al mar y cruzamos al islote de Palatía o la Portara, puerta de la isla. En esta antigua acrópolis se encuentran los cimientos de un templo de Apolo, el "templo de los Cien Pies", que Ligdamis, tirano de Naxos, comenzó a construir en el año 530 a. C., si bien nunca lo llegó a terminar. En el s. VI a. C. esta acrópolis fue utilizada como fortaleza. Posteriormente, en los siglos IV y V d. C., hubo una basílica cristiana. El testimonio de toda esta historia que permanece aún en forma de roca tallada es lo que se ve en las imágenes. Tanto el pórtico del templo como la ubicación del conjunto producen una impresión que merece la pena experimentar, como también merece la pena imaginar el aspecto de la ciudad en la antigüedad, con el trasiego portuario de barcos cargados de variopintos productos y mármol que se llevaba mayoritariamente a la Grecia continental.





Tras merodear por el islote y hacer muchísimas fotos nos dirigimos al "viejo mercado" y atravesando sus pintorescas y enrevesadas callejuelas llegamos hasta lo más alto de la Chora. Teníamos ganas de perdernos por el laberíntico entramado de pasillos, túneles y recovecos repletos de sorpresas, tiendecillas y tabernas.



 
  

Una vez más, nuestro consejo es caminar sin plano de la ciudad, perderse, observar, oler y saborear cada rincón.

Nos hubiera gustado pasar más tiempo en el corazón de la Chora y pasear por la zona portuaria, pero por delante quedaba una ruta maravillosa. Con ganas de abordarla cogimos el coche y nos pusimos rumbo a Melanes para descubrir sus dos kouroi, enormes figuras antropomórficas talladas en mármol en época arcaica que se encuentran en mitad de la nada, a la intemperie. 


La verdad es que el camino tiene encanto, pese al paisaje de secano perenne en las Cícladas. La cosa cambia al llegar a la zona donde se encuentran los kouroi, pues para acceder a ellos hay que recorrer un camino completamente cubierto por matorrales y árboles, levemente inundado por el agua de algún manantial. Agradecimos el fresco una mañana calurosa de julio como aquélla...

Para motivar a la niña organizamos una carrera que ganaría quien primero encontrase al primer kouros. Ganó ella la primera vez, encontró el más cercano de los kouroi, pues no podíamos desilusionarla y le dimos ciertas ventajillas. Sólo tardamos unos 5 minutos en llegar hasta su escondrijo bajo la copa de un gran árbol desde el aparcamiento gracias a carteles indicativos que encontramos por el camino.


El acceso al segundo kouros es algo más complicado. Hay que subir un monte. Hay rampas, algunos escalones, mucha piedra y cierta pendiente... la caminata bajo el sol puede hacerse pesada. De todos modos a un ritmo normal y con una niña de 6 años se llega en menos de 20 minutos desde el aparcamiento. Una botellita de agua viene de perlas.

A dos historiadores como nosotros (especializados en arqueología) nos encantan estas cosas. La niña tan solo veía figuras de piedra tiradas bajo el sol y celebraba que había ganado 20 puntos con esta visita (con esta "técnica" la motivamos y logramos que no se canse durante nuestros viajes). Nosotros las contemplamos maravillados. Nos pareció muy curioso ver en nuestro trayecto por la ladera una de las canteras de mármol e incluso las piezas talladas in situ: entablamentos, columnas con aristas vivas... 



Continuamos la ruta y paramos en el pueblo de Moni, que recorrimos buscando la iglesia paleocristiana o bizantina de Panagia Drosiani, erigida en el siglo VI o quizá antes. Tras mucho deambular por el pueblo de Moni terminamos en una placita poco concurrida casi al final del pueblo... ¿Y la iglesia que buscábamos? Definitivamente el GPS del móvil nos estaba traicionando de nuevo.


Unas mujeres intentaron vendernos paños bordados por ellas, pero su precio era elevado, como bellas manufacturas que eran, y llevábamos poco dinero suelto encima. Además, en plena crisis griega no estábamos para tirar el dinero suelto: aún no habíamos acudido a un cajero y no sabíamos cómo iba a salirnos el asunto...

Una de las bordadoras nos dijo que debíamos seguir por la carretera algún kilómetro más. Así pues continuamos por una carretera poco transitada más allá de Moni hasta toparnos con el cartel que indicaba la entrada a la iglesia y aparcamos en un ensanche del camino. Una anciana quizá nonagenaria vendía de nuevo paños bordados bajo un árbol. ¡Con el calor que hacía! ¡Qué barbaridad! La verdad es que nos dio mucha pena, pues para colmo no dejaba de sonreírnos y hacernos gestos con la mano. Si hubiéramos llevado más pasta encima...

Entramos en la iglesia pretendiendo hacer fotos, pero la anciana que vigilaba el sitio no parecía muy simpática y no nos quitaba el ojo de encima. Tuvo que sonreír cuando una rata enorme se coló en la iglesia y nos dio la risa. la espantamos como pudimos y, aprovechando la sonrisa de la mujer, le pedimos permiso para entrar en tres capillas laterales en las que reinaban el caos, la oscuridad y la humedad. Uff, qué desorden, cuánto polvo y cuánta historia... Nos dio la sensación de estar en plena Edad Media. Los frescos bizantinos que hay allí, sobre todo los de la capilla principal, son alucinantes. ¡Y no hay fotos!




Continuamos la ruta bajo un sol mortífero y se acercaba la hora de comer. Pasamos por Chalkio y Filoti, pero Apeiranthos no aparecía... Bueno, nos daba igual, porque sabíamos que antes de llegar del pueblo, a unos pocos kilómetros, se encontraba Rotonda, un sitio alucinante para comer que estaba en nuestra guía personalizada sobre Naxos. Podríamos no describir el sitio, pues con una imagen bastaría, pero es que lo merece...

Se trata de un restaurante con forma circular que cuenta con una terraza al borde de un precipicio, con vistas increíbles de la parte oeste de la isla, incluyendo la isla de Paros, al fondo. Aquello prometía un atardecer espectacular, pero solo íbamos para almorzar, por desgracia.

Nos extrañó que el lugar estuviera vacío. Cuando llegamos se marchaba una familia. ¡Cuánto sitio desperdiciado! No dejamos de decir que era el sitio perfecto para una celebración con ambiente chill-out.


Pensábamos que lo mejor del lugar eran las vistas...





Pero no... No todo en Rotonda son vistas... pronto llegó el camarero con la carta y un aperitivo a base de pepino de regalo. Empezamos bien. Pero ¿cómo elegir entre tantas delicias? Bueno, finalmente elegimos un plato de quesos variados y una mussaká para nosotros que, por cierto, resultó ser la mejor que hemos probado en nuestra vida.




Maravilloso todo. El lugar y la comida. Imposible describir el bienestar y la relajación tras el festín.

El tiempo transcurría lento. Por la carretera no pasaba ningún coche. Tampoco veíamos pájaros sobrevolando el valle bajo el barranco. Nada. El mismo silencio que llevaba varios días acompañándonos, tan solo roto por el cantar de las cigarras, estaba allí presente. Estas sobremesas de verano son inolvidables y a veces tenemos la sensación de que nadie las valora como nosotros. Seguro que nos equivocamos.

A pesar del placer experimentado, estábamos dispuestos para partir. Pensábamos pedir la cuenta y marchar al pueblo de Apeiranthos para tomar un frappé en algún ricón... Pero entonces llegó de nuevo el camarero con un regalito de la casa: un exquisito postre a base de ... ni idea. pero aquello estaba... Vamos, que rebañamos el plato.


Si queríamos visitar Apeiranthos con tranquilidad y luego volver al sur para ver algún templo y bañarnos en una playa teníamos que marcharnos ya. Con mucha pena nos despedimos de Rotonda y del camarero, que nos preguntó cómo habíamos dado con el sitio. ¡Gracias Tripadvisor!

Las lecturas previas y nuestra imaginación dibujaban a Apeiranthos como un pueblo encaramado en una montaña, construido con retales del omnipresente mármol de la isla y dominado por un torre veneciana, como esbozando una bella alegoría de la más íntima identidad de Naxos. El pueblo marmóreo no menoscabó nuestras expectativas. La hora de la siesta se intuía en la quietud imperante. Silencio. Mil escalones de mármol. Ancianos que nos saludaban al pasar con su ¡gia sas, gia sas! Y, por fin, una placita con encanto y nuestro deseado frappé. 





No vimos extranjeros, solo familias griegas, y eso para nosotros daba valor añadido al lugar. Aunque a la peque le cansaron los escalones había conseguido otros 20 valiosos puntos. Nos marchamos, pasando de nuevo por Rotonda y despidiéndonos con un "tenemos que volver".

De camino al sur, a la playa, había un templo de Demeter que queríamos visitar. Pobre niña, otros 20 puntos. Menudo regalo que íbamos a tener que hacerle con tantos puntos. Cuando llegamos al templo hacía un calor espantoso y había que acceder por un camino sinuoso cuesta arriba. Mientras avanzábamos veíamos vacas pastando y montones de lagartillos al sol. Muchísimos.




Tras hacer mil fotos, darle varias vueltas al edificio -examinando al detalle lo que queda de él- y hablar a nuestra hija sobre mitología griega y templos, llegó el momento de poner el perfecto colofón a aquel maravilloso día en la playa. Había varias en la zona, que era la que nos recomendó Eleni, y nos decidimos por Kastraki.

Llegamos a la playa justo cuando la gente la abandonaba, sobre las 7 de la tarde, puesto que en Grecia anochece antes que en España. Durante una hora, mientras el sol se ponía, nos dimos un buen chapuzón en las aguas critalinas de Kastraki y jugamos con nuestra hija a adivinar dibujos en la arena y hacer el pino, entre otras cosas. Lo pasamos pipa los tres. Hacía años que no nos quedábamos en la playa hasta tan tarde. El sol se ponía con su ritmo lento e inexorable y el cielo se tornaba naranja, con tonos violetas. precioso. Poco a poco salieron las estrellas y el tono violáceo no nos abandonó. Qué sensación tan rica. El mar, la brisa, el cielo estrellado... 




Y así nos dieron las 21:30 (recordemos que allí anochece en julio a las 20:40) ¡El coche! ¡Había que entregarlo, no tenía gasolina y estábamos a varios kilómetros del hotel! Buff, ataque de pánico. Y para colmo nos perdimos en un carril en medio de la nada. GPS, ¿para qué te queremos? El móvil nos llevó al hotel, parando antes en una gasolinera para rellenar lo consumido (unos 20 €, con el litro a 1'70€, ¡carísimo!).

En fin. Llegamos puntuales, a las 22 h. y dejamos el coche aparcado con las llaves dentro como nos indicaron. A continuación nos dimos un baño en la piscina, cenamos ensalada griega con mucho feta (qué sobredosis este verano) y sándwiches. Gracias al viento no había mosquitos, así que nos quedamos en el porche hasta bien entrada la noche. Se estaba de lujo. Solo grillos, lagartijas... y un ratón que pasó a saludarnos.

A la mañana siguiente, tras el desayuno, dejamos las maletas listas. Eleni nos permitió quedarnos en el hotel hasta las 2 del mediodía, así que pudimos darnos otro baño en la playa de Plaka, y tomamos algo en una terraza muy cool, para después almorzar spaguettis y despedirmos de nuestro hotel con encanto.

Una vez más, esperábamos un transfer. En esta ocasión Eleni nos llevó al puerto para coger el ferry de cuya llegada nos informaba puntualmente la web de "Myshiptracking". ¡A la hora de salida estipulada se encontraba en Mykonos! Estupendo... Marchando un frappé en la cafetería Relax del puerto (con un nombre que le viene muy bien, por cierto).

La peque fue a pasear con su padre para hacer tiempo y para comprar algo con los puntos ganados. Cuando regresó a la cafetería lo hizo dando saltos de alegría, cargada con una caja de Pinypon en Brasil y con un libro de mitología griega. premio muy merecido, pues se portó muy bien, como siempre. Es maravillosa.


Por fin llegó el Seajet2. Nos despedíamos de la Portara no sin cierta sensación de tempranera nostalgia, ya que pensábamos que íbamos a tardar mucho en volver a verla. Años. Pero unos días más tarde el destino quiso que volviéramos a Naxos... y al café Relax... y a despedirnos de nuevo de la raída y a la par majestuosa Portara. Pero eso es otra historia y será contada en otra ocasión...