miércoles, 20 de abril de 2022

Mercadillos navideños en Alsacia II: Haut-Koenigsburg, Bergheim, Ribeauvillé y Hunawihr,

Nuesto primer día en la Alsacia nos dejó extenuados y cogimos la cama con ganas. Dormimos muy bien y logramos descansar hasta que amaneció nuestro segundo día en Alsacia. No quisimos pedir el desayuno en el hotel por las críticas y el precio, así que nos largamos a buscar unos croissants y unos batidos con prisa, pues el Castillo de Haut-Koenigsburg, considerado por muchos el más importante de Alsacia, nos esperaba.

Llegamos en unos minutos y aparcamos tras una fila de coches (cuyos dueños habían sido más madrugadores que nosotros) en la orilla de la carretera, a unos 10 minutos a pie de la entrada que encontramos tras una leve cuesta arriba. Eran cerca de las 11 (insistimos en la idea de que los madrugones no son lo nuestro) y el paseíto no nos vino mal, pues atenuaba la sensación de frío que no nos abandonaría en todo el viaje. 




El castillo Haut-Koenigsbourg o Alto Castillo del Rey fue construido en el siglo XII en una posición estratégica para controlar rutas de vino, trigo, plata y sal. Fue destruido durante la Guerra de los Treinta Años y quedó abandonado hasta que a finales del siglo XIX Guillermo II ordenó su reconstrucción con objeto de convertirlo en museo y como símbolo de la recuperación de Alsacia por parte de Alemania. Por el tratado de Versalles de 1919, Alsacia pasó a manos francesas y, por tanto, también el castillo Haut-Koenigsbourg, que desde entonces ha sido un importante lugar turístico tanto por su belleza como por la historia que contiene.

Desde nuestro punto de vista, esta visita es una de las imprescindibles si estás en la zona, pues si la entrada al castillo quita el hipo, el interior impresiona igualmente. De hecho tenemos que decir que es uno de los castillos que más nos ha asombrado y que conste que conocemos muchos que son espectaculares como el de Neuschwanstein (Alemania), el de Edimburgo (Escocia) o el de Olite (Navarra, España), por poner algunos ejemplos. La decoración de las estancias, las grandiosas estufas de cerámica, las vistas desde los torreones, la sala de armas... Todo forma un conjunto que os dejará satisfechos a vosotros y también a vuestros peques, si los lleváis.

Respecto al precio hay que decir que no es especialmente alto. Pagamos unos 20 euros por cuatro tickets (incluyendo uno de bebé -gratis- y uno de adulto con reducción por pertenecer al cuerpo de profesores -españoles, sí-).






Al salir del castillo encontramos el restaurante y tienda del mismo y nos encantó. De hecho, nos sentamos, pedimos cafés, zumos y tartas y de camino compramos un juego de mesa a la peque. Nos hubiéramos quedado allí a comer (aunque el menú no fuera muy amplio), porque ya había gente almorzando y el olor a comida era maravilloso, pero teníamos prisa por ver pueblos.

Atravesando Saint-Hippolyte y Rorschwihr llegamos a Bergheim, a tan solo 10 km. Aparcamos junto al famoso tilo, que fue plantado en 1313 para conmemorar los privilegios concedidos por Austria a la villa. Allí mismo nos encontramos con la Porte Haute y entonces comenzó a llover. Un paseíto rápido, unas fotos y al coche.





¡Y otra vez estábamos con hambre! Menos mal que llevábamos una lista de sitios chulos donde comer. Precisamente en este pueblo había dos, el Vitis Bar y Le Dom Age, pero decidimos continuar hasta la siguiente parada, Ribeauvillé, a tan solo cuatro kilómetros.

Aparcamos cerca del centro, en el parking Autocar de Place du Géneral de Gaulle por unos eurillos (para unas tres horas) y con mucha prisa nos dirigimos al Auberge du Cheval Noir. Al llegar vimos cola y pensamos que cerrarían la cocina antes de que pudiéramos entrar, pues eran cerca de las 3 y ya se sabe cómo funcionan los restaurantes en Francia, Alemania o Reino Unido. Pero no, tras unos minutos esperando nos dieron una mesa ¡Qué guay! Y tarte flambée en la carta...

Tras un homenaje y una experiencia fantástica, en parte por el simpatiquísimo camarero que nos atendió, nos pusimos en marcha. Insistimos en este punto en lo recomendable de este sitio para comer: rapidez, comida rica, simpatía... un sitio donde parar siempre. Teníamos una hora para recorrer el pueblo y recoger el coche del parking.

Tomamos la calle principal, la Grand Rue, la única que hay que recorrer para ver lo básico del pueblo, que es precioso. Está repleta de casas típicas alsacianas, muy coloridas y decoradas profusamente por Navidad.



Prácticamente en este extremo de la calle se encuentra la Oficina de Turismo, por lo que aparcar donde lo hicimos nosotros es muy buena idea. Paramos un momento en busca de un plano y continuamos. No conseguimos el plano, pero con Google Maps en el móvil y sabiendo que se trataba de una sola calle y recta... ¡Es que no había pérdida!

Más adelante nos topamos con la Capilla de Sainte Catherine, que formó parte de un hospital en 1346, si bien desde 1812 pasó a ser utilizada como museo y sala de exposiciones.

Unos metros más adelante nos encontramos una pequeña plaza, la del Hotel de Ville, con el Ayuntamiento, la fuente de la República y unos servicios públicos.

Cerca de allí nos llamó la atención una fachada preciosa, la Pfifferhüs o casa de les ménétriers o violinistas, del siglo XVII, con figuras de la Virgen y del arcángel San Gabriel.






Continuamos por la misma calle, pasando bajo la Torre de los Carniceros (Tour des Bouchers), donde se encontraba el gremio de los carniceros durante la Edad Media.


En unos minutos llegamos a la Fuente del Ciervo (Fontaine au Cerf) y a la Place de la Sinne, donde se encuentra la Fuente de Friedrich, con una escultura representa la agricultura y la industria. Fotos y más fotos. Y faltaban solo 5 minutos para que el ticket del parking quedara inservible... Uno al coche y otra con las peques a ver lo poco que quedaba... Así llegamos a la Plaza de la República, donde esperamos un rato y, como nos aburrimos, continuamos un poco más, pero poco había ya que ver. Y qué frío. 


Entonces apareció él con nuestro coche y saltamos de alegría ¡Rumbo a casa! Un apartamento super confortable nos esperaba en Colmar, aunque hasta las 7 no teníamos previsto llegar. Así que aprovechamos para ver otro pueblo, ya sin luz.

Era el turno de Hunawihr, a tan solo 10 minutos y 3 km. Cuando llegamos las calles estaban vacías. ¿Y la gente? Pensamos ver el pueblo desde el coche, pero finalmente acabamos dejándolo en una placita. Una fuente, unas casas preciosas... y la iglesia fortificada de St. Jacques (siglo XV) con cementerio. El lugar sirvió como como calabozo y refugio ante diversos ataques. No nos extraña. Nos pareció asombrosa por dentro e igualmente por fuera. Y las vistas, espectaculares, si bien ya con nada de luz: el humo de las chimeneas allá abajo en el pueblo, coronando las casas decoradas. Precioso.




Pronto nos dimos cuenta de que estábamos solos de noche, en un cementerio. ¡Huyamos! Y por fin, ¡rumbo a nuestra casa en Colmar! Pero eso es otra historia...

Ir al periplo de Colmar


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